Sin una explicación convincente acerca de por qué los ladrones penetran con tanta facilidad a residencias para robar, un joven conocedor del bajo mundo me informó que la delincuencia está utilizando unas velas en las que se acumulan altos niveles de escopolamina, un alcaloide que extraen de plantas silvestres y que tiene la propiedad de provocar sueño y mareos.
Los ladrones van por las casas como vendedores de artículos del hogar, chequean la seguridad de puertas y ventanas, ubican los aposentos y luego regresan con sus velas para colocarlas junto a las entradas de aire de la habitación de la pareja y cuando estos duermen y se marean por el efecto del humo de la escopolamina, rompen verjas y abren puertas para cargar con el efectivo y los efectos de mayor valor que encuentran.
Naturalmente, los ladrones no llaman a la escopolamina por su nombre, sino por su apodo: burundanga.
Algo muy similar a esta acción narcótica de delincuentes comunes contra ciudadanos descuidados está pasando en este país con el manejo de los grandes problemas nacionales.
Mientras el manto de la impunidad sigue cubriendo a la delincuencia política que ha hecho fortuna desde las posiciones del Estado, el mismo presidente Danilo Medina pone en debate temas para despertar el fervor “nacionalista” con el objetivo de presentar como gángsteres a los extranjeros que han hecho las más grandes inversiones productivas.
Cuando no hay una sola persona investigada ni ningún proceso abierto por los amplios, sonados y documentados escándalos de corrupción del recién pasado gobierno, el mandatario puya la vena patriotera de quienes embelesados olvidan que lo que se ha chupado el robo estatal es mucho más dinero que todo el que producirá la mina de oro de Cotuí.
Contrario a una mina en la que hay que penetrar la tierra para extraer su riqueza utilizando tecnología de punta, el dinero que tienen los corruptos se puede obtener con solo someterlos a la justicia y movilizar al pueblo para que los jueces cumplan con su responsabilidad y restituyan esos recursos al Tesoro Nacional.
Se quiere hacer de éste un pueblo “nacionalista y patriota” para asediar la inversión extranjera que se rige por convenios aprobados muy gustosamente por los gobernantes y legisladores, mientras se somete a las grandes masas al mareo de la burundanga para que no se entere de la magnitud de la corrupción administrativa de hace solo meses y se mantiene intacta la estructura que la facilita.
El mayor furor nacionalista que hay que levantar en este país es para condenar a los saqueadores de los bienes públicos por su sola condición de funcionarios que juraron respetar la ley, pero se convirtieron en una mafia politiquera que lo asoló todo.
Y que no repitan la frase hecha de que quien tenga pruebas que someta a los tribunales a las personas señaladas como culpables de robo en el Estado, que esa es responsabilidad principal de quien el 16 de agosto pasado se juramentó solemnemente y se comprometió “a cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes”.
¿Acaso solo hay que hacer cumplir las leyes que establecen impuestos y no las que castigan a los delincuentes políticos que se apropiaron de las recaudaciones fiscales?
Cuando un ciudadano, poseído por el dios de la furia y el demonio de la ternura, acude ante el Ministerio Público para acusar a un ex funcionario, solo han sucedido dos cosas: los señalados buscan protección en madrigueras donde la complicidad es total (Senado) y ahora al Parlacen, y se encabritan para evitar ir a juicio cuando los inocentes reclamarían que un tribunal los absuelva.
Pero como los denunciados no pasan ni siquiera la auditoría visual porque de pelagatos se han vuelto multimillonarios, se acogen a su condición de políticos para huir del juicio y entorpecen los procesos.
No es ético desenvainar la espada para perseguir a una supuesta ladrona (Barrick Gold) a la que el hoy acusador le entregó voluntariamente una riqueza mediante un contrato aprobado por el Congreso Nacional luego de ser enviado por el Poder Ejecutivo, mientras que a quienes desde el Estado vaciaron lo que había y lo que tomaron prestado ni siquiera se les menciona en un discurso que debió ser de “rendición de cuentas”.
Si el contrato que tiene en manos Barrick Gold es lesivo al interés nacional, hay que determinar cómo ella se hizo de él. Si lo falsificó, se debe someter a la justicia para anularlo y obligarle a reparar los daños.
Pero si fue aprobado por el Congreso Nacional y es lesivo para el país, entonces hay que someter a la justicia a los legisladores que lo sancionaron y si son condenados por un tribunal, sobre esa sentencia se puede esgrimir la nulidad sospecha de componenda entre las partes. Eso podría resumirse en una simple consigna: ¡Cárcel para los legisladores sinvergüenzas y anulación del contrato de Barrick Gold!
¡Qué lindos se veían los diputados y senadores que aplaudían al presidente Medina cuando proclamaba que era inaceptable el contrato con Barrick que ellos mismos aprobaron!
En el esplendor de la globalización de los negocios y a 50 años del inicio del gobierno de Juan Bosch, el presidente Medina se ha lanzado a una cruzada nacionalista que aplauden a coro los mareados por la burundanga.
Con fundado temor confieso que no me gusta para nada ese paso porque me recuerda la historia del siglo pasado, especialmente de 1907 a 1978.
Creo que la reacción a la “cruzada nacionalista” de Medina puede ser desproporcionada y hay demasiados flancos para golpear, desde el maltrato a los haitianos hasta narcotráfico.
Un consejo: Hay adversarios que es preferible atacar antes que amenazar, porque suelen ser en extremo calculadores… y severos.
¡Ojalá que el techo de Medina sea de acero y sus corifeos en esta cruzada tengan cojones para resistir y no solo nalgas para meter debajo de la cama!