Las mujeres en República Dominicana tienen muchas o casi ninguna oportunidad dependiendo de una serie de factores. El más importante de ellos es el factor económico, la clase social.

Si pertenecen a la clase media, o rica, han recibido, en principio, una buena y completa educación; saben hablar dos o tres idiomas; han realizado alguna especialidad en su área; han viajado y conocido otras culturas; tienen un buen empleo y vehículo y techo propio. Se sienten muy seguras en su mundo.

En el lado opuesto están las otras, a quienes la marginalidad les persigue desde muy temprano en sus vidas. Ellas, tan pronto tuvieron cierta conciencia de las cosas, han debido abandonar la inocencia y salir a las calles a buscar alimento para sus casas, cuando no han asumido directamente las tareas domésticas y el cuido de los demás integrantes de sus familias mientras sus madres hacían lo primero.

La mayoría abandona la escuela, son desertoras a muy temprana edad. Las ‘responsabilidades’ de cuidado así se lo exigen. Ya en la pubertad temprana y/o adolescencia muchas han salido embarazadas, sin posibilidad, contrario a las de clase media o ricas, de poder incidir sobre sus destinos. Madres solteras sin recursos, sus chances de insertarse en la economía productiva son prácticamente nulos. Y este es un karma que indefectiblemente traspasan a sus hijos e hijas. Es el llamado círculo de la pobreza.

Que si me ‘provocas’ yo tengo derecho a abordarte como me dé la gana, por no decir otra cosa, y a tirarte en la cara toda clase de improperios por la sencilla razón de que tu jean apretado me despierta los más bajos instintos

Pero hay un factor común que como mujeres afecta a todas, no importa la realidad económica y social que deba enfrentarse, y ese es la violencia. Y no solo la violencia física, que ya es el extremo de la manifestación de la cultura machista que todavía persiste en sociedades como esta y que ha causado la muerte de tantas mujeres.

Me refiero también a una especie de violencia que es más sutil e igual de castrante. A pesar de cada vez estar mejor preparadas, y esto lo corroboran diversos estudios en la materia, las mujeres deben todavía demostrar con mayor esfuerzo, en cualquier ámbito en el que se desenvuelvan, tener capacidad para el trabajo no importa las cualificaciones alcanzadas.

Si a esto le añadimos el factor juventud, el panorama es más difícil: para muchas ser mujer y joven se puede convertir en obstáculo infranqueable.

Ni qué decir de otras suposiciones que muchos hombres, hasta jóvenes, hacen de las mujeres que les rodean. Que si me ‘provocas’ yo tengo derecho a abordarte como me dé la gana, por no decir otra cosa, y a tirarte en la cara toda clase de improperios por la sencilla razón de que tu jean apretado me despierta los más bajos instintos carnales; que si tienes algún atractivo y has alcanzado una posición de poder es quizás porque te acostaste con tu jefe; que si estás sentada en la mesa de un restaurante con un amigo, o quien sea, le debo llevar la cuenta a él. Y un largo etcétera.

Estos ejemplos son manifestaciones de las distorsiones relacionadas al género que hemos ido construyendo a lo largo de la historia y que han fundamentado la valoración de inferioridad de las mujeres respecto de los hombres.

Yo, que no creo en días especiales, quiero proponer que en el Día Internacional de la Mujer que se aproxima no se hable de lo valiosa que son ciertas mujeres. Me gustaría que se hablara del valor que se les niega como seres humanos a todas cuando permitimos que estas prácticas se reproduzcan y que las aceptemos como válidas.