"El discurso que cohesionó a la élite política dominicana y por ende definió el poder de intervencion  y  dominio del Estado frente a la sociedad en los ultimos 60 años, ha fracasado" (Wilfredo Lozano, La razón democrática, pág 66)

A conciencia he dejado para otra entrega el recorrido que hago en el capítulo  I, sobre La cultura autoritaria y la consolidación democrática

Hice esa elección porque lo creo denso, interesante y revelador de la raíz de lo que hoy vivimos.

Y ese capítulo necesitaría desde el punto de vista periodístico analogías y yuxtaposiciones específicas que aún elaboro, para que lo diáfano del acerto del autor se vea en imágenes reforzado ante el lector de corta  memoria.

He preferido saltar al segundo capítulo: Democracia frágil y sistema clientelar.

Las razones que me obligan a ello aquí las expongo:

Será muy  difícil encontrar en la prensa impresa reportajes sobre el sistema clientelar, en cambio muchos articulistas, especialmente Andrés Luciano Mateo, entre otros, han insistido con ideas y argumentaciones al retratar al monstruo de la práctica clientelar y cómo ella destruye la relación democrática entre ciudadanos y dirigentes.

Justamente de eso se trata cuando Lozano advierte con certera lucidez lo siguiente: "Si la relación clientelista sustituye la condición ciudadana y los poderes congresionales y de justicia se someten al control presidencial, no sólo se afirma el presidencialismo, sino que se debilita el Estado de derecho y la lógica de la representación democrática se ahoga.

En esas condiciones, el clientelismo se convierte en la base de legitimación del régimen político, que apela a la democracia en el discurso al tiempo que bloquea los mecanismos democráticos de representación (elecciones limpias y equitativas, independencia de los poderes del Estado, respecto los derechos ciudadanos), procediendo a un abierto dominio neopatrimonialista del Estado. En tales condiciones, el clientelismo pasa a ser algo más que una eventual relación de subordinación y control que impone el patronazgo político, se convierte en una cultura que se extiende a todo el sistema político y anula a la ciudadanía.” (La razón democrática pág 128).

Este capítulo es medular para entender la situación que vive la República Dominicana, inmersa en un modelo en el que una gran mayoría de la población no advierte, a la hora de  definir un sistema preciso para identificar políticamente el modelo  en que vive inmersa y del cual forma parte. Dejan a un lado su calificación de ciudadanos que no deben vender su voto, perdiendo una categoría de libertad que la misma democracia les otorga.

Wilfredo Lozano, autor de La razón democráticaPero para el modus operandi del clientelismo, Wilfredo Lozano llega hasta los tuétanos de cómo funciona el sistema y en cada párrafo, para ser más pedagógico, explica lo que es el modelo de ciudadanía, el ciudadano como  actor societal y el verticalismo anulador de valores democráticos que representa el clientelismo en desmedro de la organización social que haga funcionar aunque sea a medias la democracia dominicana.

Pero el clientelismo político contemporáneo dominicano tiene sus fuguras y sus anécdotas, recuerdo haber escrito en plan sorna un artículo titulado La pulserita de Troya (http://www.acento.com.do/index.php/blog/4817/78/La-pulserita-de-Troya-claves-melodramaticas-a-partir-del-16-de-Agosto.html ) y claves melodramáticas, que trataba sobre un personaje femenino que había dejado esperando a una dama de El Seybo con una pulsera de morocota de cuyos antecedentes históricos todos y todas se admiraban.

Creo que si hay alguien que representa con idoneidad el retrato perfecto de ese modelo clientelar, es la ex primera dama doña Margarita Cedeño de Fernández, hoy Vicepresidenta de la República. En su caso particular, esa noción de anulación del otro tiene ribetes de vaudeville ramplón, diseñado con lágrimas a vapor, según circunstancias.

¿Por qué quiero llamar la atención especial en este caso?… Porque es una muestra del uso patrimonial del Estado como si fuera propio, adornado de un golpe de efecto escénico cuya mala actuación es tan notoria, que la calificación de actriz de tercera sería un elogio.

Porque el espectáculo clientelar tiene normas de representatividad en el escenario de la calle, que en la clave de la hipocresía escénica tienen sus lecturas tristes y amargas: porque es usar la fuerza emocional de una población hambrienta y desesperada, para hacerlos extras excitados harapientos, en una película donde los actores y actrices principales exhiben en sus cuerpos símbolos de riqueza que son el gran contraste con su público.

Finalmente, sobre este asunto, el efecto mimético que producen los falsos conciertos lacrimosos del melodrama social de la ex primera dama, a fondo no ha sido estudiado.

El efecto mimético en las masas, mujeres en especial, nos hace viajar al medievo y la relación de plebeyos y cortesanos. Las mujeres lloran sin consuelo, imitan a su lidereza, y ese llanto mimético de seguro tendrá recompensa: la prebenda acariciada, que nos hace pensar en las Greguerías de Gómez de la Serna: "luego de cualquier llanto 'sublime', cualquiera se sopla la nariz".

No quiero extenderme más en este aspecto, pero el caso Félix Baustista, en menor tenor, tiene ribetes melodramáticos, que ya el propio Andrés Luciano Mateo, con eficacia y sorna desmesurada, ha puesto en evidencia, pero en definitiva, se necesita un texto entre lo satírico y lo político que ponga mejor en evidencia la mascarada de esos espectáculos clientelares.

Peligros electorales consumados

Lo básico en Lozano, es el sentido de la pérdida del valor de ciudadanía, en relación al clientelismo orquestado desde el Estado y con sus recursos patrimoniales, las desarmonías de las instituciones en relación con los ciudadanos y todas las distorsiones sociales y políticas que ello supone.

Esa ruptura entre valores ciudadanos no ejercidos y el clientelismo político está entronizado, y el peligro que ya advierte Lozano sobre las distorsiones  electorales, me temo que ya están consumados. Por ejemplo,  es muy difícil que en un conteo de probabilidades eleccionarias, los números de los afiliados a las tarjetas que da el gobierno, no sean un número probable de votantes en favor del oficialismo, eso no es un  secreto.

He aquí el eje de la cuestión, el culto a las lealtades. Coincido plenamente con Lozano: ese culto a las lealtades personales transforma la transparencia de un sistema electoral y lo convierte dependiente del juego clientelar bajo presión y coerción.

En este sentido, las elecciones pasan a ser un mero juego de pase de lista, en relación a todo el entramado del sistema, por cierto solo tiene conexión con el partido del poder cuando las elecciones están a la vista…

Cabe señalar que a las citas que hace Lozano de Paolo Graziano, un eminente politólogo italiano de estos días que ha desarrollado temas europeos sociales de gran importancia, cabe añadir, sobre el tema del clientelismo, los estudios de Eric Wolf (1999), basados en experiencias de la India e Inglaterra, a los cuales Lozano agrega también las ideas del libro póstumo del padre José Luis Alemán, titulado Economía política dominicana.

Cabe destacar de modo especial, que los trabajos de Wof refieren  situaciones relativas de la política barrial de Inglaterra y la India, como ya antes nombré, tal como consigna el autor en la página 133.

Rigor patrimonialista, los recuerdos del PRI mexicano

Creo que este capítulo es clave, porque a juzgar por la nueva conformación política del país, donde el PLD,  advertido por el autor también,  se convierte en un partido único, el sistema clientelar, montado como un engranaje de retención del poder sin límite de tiempo prudente que "democracia" alguna pueda aguantar, es un aliado fundamental de la nueva autarquía del partido del poder.

Un sistema de esta índole recuerda el rigor patrimonialista y clientelar modelo implantado por el Partido Revolucionario Institucional ( PRI), aquel proceso naciera de la revolución mexicana de 1910, que le recompensó con 71 años continuos en el poder.

En el caso dominicano, la particularidad actual de la no existencia de la oposición articulada como demandaría una democracia de contrapesos al poder, el panorama de los rituales de partido único con maquinaria clientelar, es más siniestro e involucionador.

Finalmente, sobre este tema, que vincula el presente con la realidad política actual, de modo contundente el autor de La razón democrática, retrata con fiereza puntual las consecuencias a las que el país está abocado. El autor analiza, como en la tauromaquia, cuando al toro se le clava la banderilla, previo al sacrificio, y el torero, certero y diestro pone la banderilla y unos hilitos de sangre corren por la piel oscura bovino:

"En la política democrática lo único que puede frenar esta tendencia es la ciudadanización de la vida pública, vale decir, la construcción de un sistema de derechos que asegura el Estado, a partir del cual los individuos concretos puedan de diversas formas dejar de necesitar favores. Porque para que eso se logre se requieren instituciones fuertes y, en consecuencia, un Estado robusto, capaz de hacer cumplir reglas, capaz de obtener recursos que devuelve al ciudadano a través de políticas sociales concretas y equitativas, infundido de una ética que asegura transparencia y eficiencia en la gestión pública del poder, reduciendo el riesgo de la corrupción. Si todo eso se logra, la gente fortalece su individualidad ciudadana, su seguridad como sujeto social, su dignidad como persona. En tales condiciones el fantasma del clientelimo se aleja, pero ello no significa que desaparezcan los intercambios de favores en la construcción de las lealtades políticas. Lo que se ha afirmado es que podría desaparecer su condición sistémica, articuladora de un estilo de dominación y control político" (La razón democrática, pág 132).

Las graderías aplauden enfurecidas, sin saber al decir de Ernets Hemingway que las campanas doblan por ellas y su futuro, por ella y sus próximas generaciones (Cfe)

La razón democrática, prefacio y cultura para debate