No deja de ser curioso que sean tan pocos los que realmente creen, o se molesten en simular, que les otorgan alguna credibilidad a las excusas presentadas en el Vaticano, para la renuncia a un cargo que en los últimos siglos se ha dado por vitalicio.
Cierto que quizás alguna vez -sin mencionar antiguos asesinatos poco sutiles y decididamente cruentos- se haya acelerado un poco el proceso con uno que otro veneno; procedimiento que, aunque a algunos pueda parecer un poco extremo, siempre formó parte de las cotidianidades del rico, pequeño y hermético estado, que ya se sabe cómo se adhiere a sus acrisoladas tradiciones. La muerte de Juan Pablo I dio muchísimo de qué hablar al respecto.
O con el tipo de, digamos, eutanasia por conveniencia del servicio, que tiene tan consagrada utilidad histórica y que consiste en dejar morir, más o menos disimuladamente, o en no atender con diligencia exhaustiva, a los ancianos que presiden poderes altamente codiciados y cuyas agonías, cuando se prolongan en exceso, generan incertidumbres e inconveniencias y hacen más inclementes a quienes esperan el pase de página, para continuar la misma historia pero con redistribución de herencias.
Quizás sienta algún apuro con lo que pasó con BANINTER y por lo menos les prohíba a sus jerarcas el uso de tarjetas de crédito cuyas cuentas no tengan que saldar
Solo con la forma de abordar el tema, parece haber un acuerdo de que lo dicho no es verdad. O de que al menos no es toda la verdad. Se da por supuesto que hay más detrás de lo formalmente presentado.
No sólo los adversos e indiferentes, sino los partidarios, asumen como natural la falsedad de su palabra.
En realidad es un tipo de progreso que hasta la gente más dispuesta a tragarse la ballena de Jonás, junto con todas las que aparezcan, se pregunte: ¿Y qué será lo que está pasando?
La espesa niebla gris cae a plomo y se cierran los velos del misterio que tantas veces han sido los velos del crimen, de la complicidad, del oscurantismo, la arbitrariedad y la corrupción.
Velos como esponjas para absorber poder y riquezas, como alfombras para esconder debajo de ellas, como servilletas para disipar las huellas, como muelles para acojinar malos gobiernos, como ganzúas para asaltar bienes públicos, como martillos para romper derechos.
Velos que con toda su meticulosa densidad, no borran el terrible contexto: los escándalos financieros por desfalcos y lavado y los casos de miles de niños violados y abusados con el conocimiento, el encubrimiento, la complicidad y la condescendencia de la iglesia, demasiado sedienta de bienes y de poder, para conmoverse ante los horrores ocurridos bajo su responsabilidad y con su participación.
El anuncio hecho por el Papa es un indicador de que en el Vaticano hay algunos problemas más importantes de lo habitual.
Quienes tienen en trascendente aprecio el sigilo, no se deciden muy impulsivamente a poner a chirriar los goznes de sus puertas. Ni a sacudir la mismísima piedra de San Pedro por el cansancio de alguien, sea quien sea.
Por lo pronto, esperemos los acontecimientos. Hay que ser positivos. La esperanza es lo último que se pierde.
Tal vez a la nueva administración le dé vergüenza seguir drenando el presupuesto nacional por lo menos de República Dominicana y apoyar las ejecuciones extra judiciales de la policía o imponer leyes que lesionan los derechos de las mujeres y sacrifican sus vidas y obligan a ser madre a una niña de nueve años de edad, violada.
Tal vez sienta algún remordimiento por la naturaleza abusiva e inconstitucional de su interacción económica, política y social en el país.
Quizás ponga a sus pederastas a la disposición de la justicia.
Quizás decida marcar algunas distancias y que su jerarquía no se mantenga tan junta y tan reburujá con los ladrones impunes que nos gobiernan, ni con los ladrones de cuello blanco del sector privado, algunos de los cuales se refugiaron entre las sotanas cardenalicias, en busca de impunidad o de una relajación de sus condenas judiciales y las consiguieron.
Quizás sienta algún apuro con lo que pasó con BANINTER y por lo menos les prohíba a sus jerarcas el uso de tarjetas de crédito cuyas cuentas no tengan que saldar -y que a la postre acabe pagando el gobierno, es decir, el país-.
A lo mejor se ruboriza un poco por su contribución a la discriminación y a la violencia contra las mujeres y por sus auspicios de la homofobia y el maltrato a menores más desamparados y vulnerables, al propalar discursos y actitudes anacrónicos y peligrosos, que criminalizan a los niños más pobres y en situaciones críticas.
Tal vez ocurra un milagro. Tal vez el Vaticano deje de necesitar nuestros fondos públicos para mantenerse. Tal vez se le calme la sed de riqueza y poder.
Tal vez se le baje el boato y se le suba un poco el espíritu.