Nadie puede negar el creciente proceso de corporativización mediática y sus efectos letales sobre el derecho del pueblo a recibir información veraz. Nadie puede negar el desdibujamiento de la profesión periodística, intencionalmente provocado por dueños de medios insensibles vía la inclusión de improvisados, resentidos, descarados, frustrados en sus profesiones, fulleros, chantajistas, oportunistas, simuladores, arribistas, payoleros, mercenarios y “sicarios de reputación” que solo sirven para “echar los perros”.

Nadie se atreve negar con la frente en alto que en el país hay canales de televisión y radios que son gigantes “lavanderías” y modelos de autoritarismo cuya misión no declarada es incentivar la anomia social. Ni nadie puede negar que en ciertos medios se entronizó hace mucho el culto a la manipulación, al chantaje, y que trabajan con esmero a conveniencia de sus intereses económicos y políticos.

Claro, en el ámbito de la comunicación periodística hay esfuerzos empresariales loables que propugnan la construcción de una mejor sociedad a través de la indagación y la precisión de la información servida. Y hay periodistas en ejercicio, completos, apegados a la ética, comprometidos con las esperanzas de los “sin voz”; es decir, de los hijos de Chucha la vendutera de la esquina.

Así que las generalizaciones no son buenas. Eso, ya grave, no es sin embargo, lo que me más me aterra de la convocatoria-amonestación hecha por la UASD, el Colegio Médico, la Academia de Ciencias (sin la firma de sus ejecutivos) y la Asamblea Nacional Ambiental. Me estremece la chapucería de nota que han evacuado, muy distante de la alta estatura que les suponemos como emisores del círculo exclusivo de la inteligencia criolla.

Quisiera conocer al “genio” de la comunicación que les embarcó en ese desaguisado; o al cientista con ínfulas de sabelotodo que logró tal retruécano en tan poco espacio. No creo que una persona cuerda y con formación en el área cometa tan grave error. Un periodista novel, medianamente acucioso, sabe que tales instituciones deberían hablar sobre datos de investigaciones, lejos de discursos espectaculares y rutinarios que arrancan aplausos momentáneos y nada construyen.

EL PRECIO DE LA MESURA

Nada malo tendría el convocar a ejecutivos de medios y periodistas a una rueda de prensa, el 10 de abril, en un hotel de la capital, para expresarles su preocupación por el uso indiscriminado de cianuro en la  megaminería, si su “cortés” invitación no estuviera precedida de una “pela de lengua” dentro del mismo texto. Eso es cuestión de locos. Y no cualquier loco.

“Han dejado de lado la educación, la orientación sobre la salud, la importancia de los recursos naturales y el cuidado del país y de sus instituciones, atendiendo solamente a las posibilidades de crecimiento de su capital”, les enrostran.

Y, como si fuera poco, en su nota aireada en el contexto de la misma semana del periodista dominicano, enfatizan: “Esta no es una invitación a una rueda de prensa ni a cubrir una declaración pública. Es una invitación exclusiva a usted para que se sirva escucharnos y nos permita exponerle abiertamente las razones que nos empujan a la celebración de este encuentro”.

Parecen párrafos hechos a la carrera, paridos por una cabeza caliente, desorientada y desconocedora del impacto de la palabra en los seres humanos. Hasta el sentido común estuvo ausente. Porque, ¿cuánto le costará (dinero y tiempo) a la universidad estatal, por ejemplo, restañar las heridas provocadas a su ya debilitada imagen por la invitación de marras bajo la rúbrica del rector Mateo Aquino Febrillet?

El sentido común estaba de vacaciones según esta costosa evidencia. Nadie pretendería pedir comida y que le dejen dormir en casa ajena luego de una tanda de insultos. A menos que los golpes le provoquen sensaciones maravillosas, sensuales, excitantes.

Como consecuencia de ese grave desliz, sectores mediáticos y agüizotes han lanzado una avalancha de improperios y sandeces  sobre 180 mil estudiantes, unos 3 mil profesores y profesoras y no sé cuántos empleados y empleadas que no tenían “velas en ese entierro”.

Ha sido un contra-ataque igual de feroz, irracional, indiscriminado, irresponsable y generalizado. Porque, ¿qué culpa tiene el personal docente y administrativo de la UASD sobre una decisión adoptada por el Rector sin la validación de los organismos correspondientes?

Los daños de tal indelicadeza ya son inconmensurables, aunque, por los siglos de los siglos, los verdaderos culpables se pongan de rodillas y rueguen por el perdón.