Esta capital dominicana, triste por herencia histórica, oscura, sucia por abandono (y acumulación de desperdicios), a la que la paranoia colectiva le agrega una peligrosidad extrema (quizás exageradamente), es una ciudad con una suerte relativa, que nosotros creemos mas mala que buena.

Mal emplazada desde su fundación, fuera de una correcta orientación geográfica y ubicada sin atribuirse los atributos necesarios dentro de un contexto previsible de futuro inmediato, este contenedor urbano estuvo varias veces sirviendo de escenario de guerras pero si usted sale a buscar huellas de esas historia, no encontrará nada fielmente conservado, todo lo han modificado o sencillamente eliminado.

Con una historia adulterada y prostituida por sus propios narradores y por ajenos y extraños que la han contado, Santo Domingo cuenta en silencio pasajes mudos sin nombres ni apellidos. Sus simples menciones están prohibidas. No se pueden ni siquiera colocar en páginas editoriales de textos improbables, ni catálogos ni revistas. Se adueñaron de los ocultos protagonismos para vivir en la clandestinidad de las impunidades históricas rumiando en el estercolero de la ignominia sin que la justicia les cobre por sus complicidades hereditarias, que fueron muchas y graves.

Pero en estas pequeñas sociedades, donde todo se sabe pero no se dice nada, ni se escriben letras sobre los misterios urbanos porque les argumentan perder el tiempo, el transcurso de vida es complaciente, en lo cotidiano y lo trascendente. Por eso no hay tarjas recordatorias que rememoren los episodios del pasado. Ni mucho menos escenarios de elocuencia conservada ni nostalgias posibles. Borrar ha sido nuestra especialidad y eso lo incluye todo.

Se lo han hecho a la memoria y se lo han hecho a los escenarios donde la memoria una vez fue enaltecida de heroísmos momentáneos. El humor nos quedó como acicate de perseverancia reflexiva y entre “la plaza del solazo”, el “nitinismo”, el “pellejismo”, el “fuiquitinismo” y los “bichos verdes (incluido el gorila castrado) hemos rumiado rabias contenidas ante tanto desparpajo, ante tanto abuso, ante tanto bochorno… Porque lo cierto es que mientras tanto nos fueron borrando y nos borran la historia reciente. Deseslabonada entre lo colonial y lo moderno, la historia no tiene sentido. Y ha sido así porque aberrando del trujillato, nos ocultaron las realidades comprensibles, los aciertos de aquel ignominioso momento largo y desventurado que viviera el país (no la patria) y los logros urbanos, ciudadanos y morales de antaño, cuando cantar en la escuela era aprender en el camino insondable de una identidad que se perdió avergonzada de haber sido estandarte de serenidad, pulcritud y limpieza en los rescoldos de una ciudad que se preparaba, sin saberlo, para convertirse en basurero…

Ahora es destello breve de Navidad, deslumbramiento fugaz, apabullante atropello visual que encandila pupilas ignorantes con la excusa de engalanar sin aciertos que no sean los usuales y atropellantes que se imponen (norma absurda de la pintoresca Alcaldía que creen saberlo todo en materia de sorpresas sin regocijos), al elegir un lugar estratégicamente abandonado para atiborrarlo de luces de colores a falta de nieves reales y nórdicas casuchas. La subdirectora del gratuito Diario Libre (Inés Aizpún) no se anduvo con tapujos ni volteretas idiomáticas, cuando el martes 10 preguntó, al final del editorial que escribiera, si el Alcalde soportaría por apenas un mes frente a donde vive, lo que ha montado en el ahora Parque Iberoamericano, (citamos: ¿admitiría Roberto Salcedo un proyecto semejante frente a su casa… más de un mes? ¿Tendremos suerte y su próxima visión será una ciudad limpia?). Elsa Peña Nadal, experimentada periodista dice de ella que es muy asertiva.

Las opiniones están divididas. Para quienes gustan o no (esta vez en el Palacio Nacional fueron más comedidos)… Sospecho que el Eugenio María de Hostos será el próximo escenario victimado de luces… Mientras tanto la basura se acumula, como es habitual, en toda la zona colonial, Patrimonio de la Humanidad (¿?)