“La gigantesca tarea de la literatura latinoamericana contemporánea ha consistido en darle voz a los silencios de nuestra historia, en contestar con la verdad las mentiras de nuestra historia, en apropiarnos con palabras nuevas de un antiguo pasado que nos pertenece e invitarlo a sentarse en la mesa de un presente que sin él sería la del ayuno”.

Carlos Fuentes

El título de este comentario bien podría haber sido el de la recién publicada novela Coraje, salitre y gloria (SANTUARIO 2012) del médico, músico y profesor universitario Luis Tomás Oviedo quien en sus casi 300 páginas, recrea los eventos sucedidos en el país entre el 27 de mayo y el 4 de junio de 1961; días en los que la república trujillista fue casi simultáneamente testigo del tiranicidio y de la desaparición de sus ejecutores a manos de los remanentes del poder. Más que el ocaso de una época, del más negro período de nuestra historia reciente, la obra explora la figura misma del tirano en sus últimos días despojándolo de grandeza y pomposidad al presentarlo como un humano cualquiera, malvado, pero un cualquiera al fin, arrebatándole el arma más poderosa a su disposición: su propio nombre. Porque las ocho letras que conforman la palabra Trujillo no aparecen nunca en las páginas de la novela como si el autor quisiese reducir, desarmar y desalmar su odiosa figura ante la Historia.

Novela histórica o historia novelada

La crítica e historiografía contemporáneas han debatido en el ámbito académico y literario las fronteras y coincidencias entre la narración histórica que apegada a los hechos, pretende reconstruir la verdad dentro de un contexto imaginado —la llamada historia novelada—, y la ficción, que en cuento o novela un autor pueda sustentar y adornar con hechos y personajes reales, enfoques y visiones éstas ya comentadas por Frank Moya Pons y Roberto Marte entre otros. En la novela histórica, por un lado, el lector sabe que lo leído es inventado y que los hechos no ocurrieron de la manera en que dice el escritor aunque la época sea fielmente representada, anota Moya Pons; sobre la historia novelada, por otra parte, éste indica que el autor reconstruye imaginariamente época y personajes a fin de “completar informaciones que la documentación disponible no proporciona o que la técnica historiográfica no permite reconstruir objetivamente”.

“Enriquillo” (1879), de la autoría de Manuel de Jesús Galván, es el punto de partida del novelar histórico dominicano, obra a la que le siguieron a pasos lentos muchas otras entre las que se destacan “Baní o Engracia y Antoñita” (1892) de Francisco Gregorio Billini; “La sangre” (1913) de Tulio María Cestero y “Juan, mientras la ciudad crecía” (1960) de Carlos Federico Pérez. Es tras la muerte de Trujillo cuando se inicia el casi febril desarrollo de este género hecho que refleja un cierto retraso con respecto a las demás naciones del continente que comenzó con las últimas décadas decimonónicas, a juicio de Roberto Marte; lo destacable de esta forma literaria no sería el intento de novelar el pasado con rigor historiográfico, afirma Marte, “sino con el fin de enriquecerlo, aprovechando su fuerza evocadora”. El autor de Coraje, salitre y gloria ha indicado que es justo esto último lo que le ha preocupado: el cuidado estético, la reconstrucción de glorias pretéritas y la provocación al lector, mas no la discusión de la estructura literaria del libro propiamente dicha.

Crónica de una muerte anunciada

El libro que nos ocupa está dividido en tres secciones a saber: El Coraje, que conforma la mitad de la obra y donde se aborda la conjura contra en el Varón de San Cristóbal y se desglosan los personajes que la protagonizan (Trujillo y los tiranicidas) segmento que parte de un encuentro del sátrapa con una adivinadora, Doña Caló, quien le dice —Cuídate de San Fernando, Chapita, no vuelvas a San Cristóbal…—; El Salitre, que describe los hechos acaecidos la noche del 30 de Mayo de 1961 que culminaron con el ajusticiamiento del dictador; y La Gloria, que cuenta en diecisiete páginas la cacería humana desatada contra los héroes por parte de la familia Trujillo y el temible Servicio de Inteligencia Militar. En este segmento compartimos los pensamientos y las últimas horas de vida de siete dominicanos inmortales: Amado García Guerrero, Salvador Estrella Sadhalá, Antonio Imbert Barrera, Roberto Pastoriza Neret, Huáscar Tejeda, Pedro Livio Cedeño y Antonio de la Maza.

Con hábil destreza, Oviedo intercala eventos y fechas en un orden que puede o no seguir una cronología, al fin y al cabo es harto conocido el desenlace de aquélla historia, sin embargo, su estilo narrativo y el manejo del tiempo atrapan al lector en un suspenso como si éste anticipara una sorpresa, un nuevo hecho o detalle a suceder página tras página. En todo momento Oviedo utiliza frases, refranes, acepciones, anécdotas inconfundible y eminentemente dominicanos construyendo así un léxico capaz de entablar conversación directa con el lector quien es insertado en la Capital y en el Cibao de los años 50 y 60; en el diario El Caribe, en La Voz Dominicana o en un café de la calle el Conde, lugares que representaron categorías del existir en un país fantasmal. Lares de una nación suspendida en el tiempo y en el megalómano universo de un hombre que según los testimonios de sus más allegados, para esta fecha ya sospechaba la cercanía del fin.

Cómo (des) humanizar un tirano

Si bien los magnicidas ocupan gran parte del espacio literario de Coraje, salitre y gloria donde son tratados como valientes y decididos hombres, como padres, amigos, hermanos, esposos e hijos y como los simples seres humanos que fueron, no menos cierto es que el autor dedica mucho del aparato metafórico de esta novela a la (des) humanización de Rafael Leónidas Trujillo Molina. Es decir, se nos aproxima a la intimidad del sujeto que se creyó omnipotente, dueño y país, Jefe, Padre y sostenedor de la Patria, Benefactor, Perínclito, Protector de la Iglesia y Doctor Generalísimo. El que aparece en ocasiones angustiado y en otras, abatido; el que se avergüenza del cuerpo envejecido y la virilidad agonizante; el que caga y orina como cualquiera y el que pierde su caja de dientes tras ser impactado con las certeras balas de los conjuros. Y más aún, en poderoso acto de humillación, Oviedo silencia a Trujillo al no mencionarle por su nombre a través de la extensión del texto; como acto último de justicia, el asesino, tirano execrable que robó 31 años a toda una nación, ha sido despojado de identidad a fin de enterrar su “presencia fantasmagórica” arrebatándole la voz.

En su tesis doctoral “Trujillo: el fantasma y sus escritores” la académica Ana Gallego Cuiñas argumenta que la novela trujillística contemporánea parecería intentar una reconstrucción del pasado, una reescritura de la historia que revelaría cómo se ha construido el canon histórico y el ideario dominicano a fin de desmitificarlo. Es decir, esta literatura es una nueva forma de exploración de la dominicanidad en la medida en que tal como lo hace Coraje, salitre y gloria, ella escudriña, revela y despoja el carácter mítico del mito a fin de hacerlo real, y con ello colocar el pasado en el lugar apropiado de la conciencia nacional. En la mesa de un presente que sin él sería la del ayuno.