Los dominicanos que residen en el extranjero por lo general añoran con retornar a su país de forma definitiva en algún momento de sus vidas. En una gran mayoría de los casos, ese sueño suele no hacerse realidad por un millón de razones; y a veces, cuando se puede no se quiere, aun en medio del ambiente de incertidumbre social o del sobresalto financiero mundial del que todos somos testigos.

¿Cómo tomar una decisión de esa índole, máxime cuando se vive en grandes capitales del mundo como Madrid,  París, Washington, Miami o San Juan, en lugares pobres como Barrio Obrero, Lavapiés, Washington Heights o Allapatah? La pregunta resulta de difícil respuesta porque contiene muchas variables individuales a tomar en cuenta como la salud, el empleo, los hijos, estudios, condiciones económicas, compromisos personales y hasta las conveniencias del tipo de inmigrante.

En este tema me refiero a las primeras generaciones de inmigrantes, ya que aquellos que descienden de los pioneros por lo general se adaptan al sistema donde desarrollan sus vidas y sólo tienen como referencia algunos aspectos culturales superficiales como los que suelen desfilar por grandes avenidas con motivo de un festejo patrio en tierras extranjeras.

Lo cierto es que a nadie le gusta sentirse extranjero en tierras ajenas. El dominicano suele afirmar que en su terruño se siente como en ningún lugar, si fueran otras las condiciones de vida. Quienes han logrado cierto estatus económico, ponderan la posibilidad de trasladarse al país para “probar” a ver si les va bien y pueden continuar con su estilo y calidad de vida. Es como tener un pie en el Cabo de Hornos y otro en el Cabo de Buena Esperanza. Sólo basta con preguntarse si es posible volver al pasado y dejar el presente.

Un dominicano lo resumió de la siguiente manera en un restaurante: “Me gustaría volver a mi país, pero eso está difícil… los apagones, la falta de agua, la basura, el tránsito caótico, el mal genio de desconocidos, la desidia de muchos, la inseguridad, la mala calidad de vida, los malvados políticos, el ruido de los colmadones… No es como el mundo de los turistas. Bueno, por ahora, prefiero quedarme donde estoy”.

El dilema eterno de la diáspora: ¿regreso a la patria o me integro de lleno a la nueva cultura y país, sin olvidar las raíces? Por supuesto, cabe aclarar que nos referimos a emigrantes honestos, decentes, trabajadores, gente que busca futuro con el trabajo arduo y continuo.  No a la nueva generación de delincuentes deportados, quienes perdieron su buena oportunidad u optaron por delinquir, para luego no hallar espacio tampoco en su país de origen.

Pero lo que más ofende a ese inmigrante esforzado y honesto es que los diarios nacionales se llenen a menudo de noticias de los malos ejemplos de quienes dicen ser dominicanos, pero actúan como si fueran hijos ignorantes de una tribu con bandera y no de un país que presume de ser civilizado.