Toda la filosofía occidental se enmascara en una trampa dualista en la que los sucesos no acontecen sin las cavilaciones bancarias de los progresistas o las oscuras sonoridades de las fluctuaciones del Ser dirigidas por el Fondo Monetario Internacional. En fin, materialidades que se emplazan negociando la deuda o pactando con la arcilla roja y putrefacta del capitalismo internacional dirigido por los añejos profetas de la liberalidad ricardiana.

A decir del profano, es el escenario global en el que se inscribe una narrativa, un descubrimiento de necedades que anhelan las ilusiones que el sistema ofrece y que te sitúan en el status del sujeto barrado marcado por el derecho. Es el consumidor masivo de objetos hechos en China, playas de arenas blancas, marcas que desplazan los productos locales, por el retorno de lo diverso globalizado/alienado y perfectamente encubierto de patologías. Es el sujeto que se nombra, bajo las oscuridades especulativas del comercio mundial, al trasponer la participación del bien común o el amor.

Es el retorno de un sujeto moderno/colonizado. Aquel que inscribe su vida en una salida al Jet Set Club o en el estar de las pasarelas que muestran las revistas sociales. Es aquel que tras los juegos del ciber-espacio, nombra a gritos a los nuevos supervisores, estetas de la felicidad, cuyo prodigio consiste en modelar pechos postizos cambiables cada diez años, para detener el tiempo lineal. Es el sujeto que no preguntará sobre el amor, o se enfrentará a la geografía de un cuerpo que no pretende retornar a lo reprimido. Es el preciso ser “completo” que legitima los nuevos sedantes o químicos de turnos para soportar la levedad amenazadora y acosante de la “incompletud”.

Es el relato y práctica que niega su ontología y se apandilla con los/as colonizadores/as modernos/as aturdiendo su ética, lo que a decir de Freud es el sujeto pensante que se esconde en la angustia y el síntoma para crear la represión sobre el amor, eso que lo devasta cada noche en intimidad con su alma. O a decir de Proust una memoria que se degrada por distorsionadas voluntades éticas que pretende por un lado ser el signo de la apariencia y por el otro, la única certeza donde acontece su seguridad.

Es en efecto, la locura moderna que se instala con celulares, facebook y marcas registradas. Es el malestar, la trama que no puede ser conmovida, ni alterada por los nodos del corazón, o  de las especulaciones financieras, el razonamiento lineal, las drogas de turnos o los ambientes estériles de las iglesias.

¿Y qué del devenir del amor? Si al reconocer sus síntomas son numerosas las figuras inasibles que la cartografía moderna y colonial transfigura para que no fluyan los desencadenantes impulsos del deseo y del cuerpo. En cuáles regiones del contorno de lo cínico, se esconde esas mascaras colectivas, estructuradas bajo el sistema-mundo. O es qué acaso, ya los demiurgos no atizan sintomatología para que la piel tiemble, se empine lo obvio y se vuelquen los misterios metafóricos que hacen al amado la clave de una hermenéutica que abraza los enunciados del deseo y del amor.

Podrá ser quizás el alumbramiento de la insumisión, la génesis de las hostilidades del amor, la aldea del cuerpo como metáfora para identificar la represión, la falta o las intencionalidades del orden, lo que arremete al alma de los amantes. Pero el espanto se controla y se prescriben formulas que enuncian las alianzas que abrazan la producción del saber, el cuerpo, los correlatos políticos, las interrogaciones sobre el otro y la colonización del deseo.

La imaginación del sujeto está ontologizada con la fractura de la época y prescripta esta la medicina que dentro de las dicotomías de las positividades polarizadas, inauguran los márgenes de lo prohibido. Los sedantes y otras drogas son la regla de la evasión. Hoy el sujeto seguirá somatizando, hasta que los espejismos se desvanezcan en las periferias del cuerpo y del alma. Y si así fuera, ¿cuál será la certeza occidental para desplazar los vacios que organizan al amor?, llegará por el espanto del olvido, por el absurdo juego de la falsa completud occidental que se marca en el relato de la dominación o sucumbiremos a una metafísica encomiástica de redención.