Leímos en Diario Libre, el sábado 6 de abril, que una parte importante del liderazgo mundial de la nueva empresa multinivel Organo Gold, estaba sembrando diamantes en el Ozama. Que entre donaciones, regalos, compromisos e iniciativas, apadrinaban un proyecto de interés social, humanitario, infantil, educativo y de salud (que se llama “Vida sobre el Ozama”) pretendiendo dignificar la vida en las irredentas riberas del río cloacal de la capital dominicana.
Hacen estos extranjeros lo que no logran (porque podrían) otras empresas nativas, sean o no multinivel o piramidales, “instituciones” supuestamente prestigiosas, y organismos estatales y/o municipales que debieran tener estas iniciativas en sus planes (cuando es que logran elaborar alguno).
Al final de la tarde de ese mismo día, en el Pabellón de Volibol del Centro Olímpico Juan Pablo Duarte, un grupo de niños del subsector beneficiado, subió a la tarima para recibir otras donaciones, esta vez personales, por parte de los organizadores (por encima de los 50 mil dólares) y del público asistente (poco más de 200 mil pesos) a lo que fuera una jornada promocional de la agresiva empresa de negocios que ya está penetrando ampliamente en el conglomerado de 27 países, apenas a los cinco años de haber sido creada, y parece que por ello está produciendo serios dolores de cabeza a otras del ramo que con 50 años o más, por ejemplo, no parecen rejuvenecer ni poder dar un poco más de lo que ya dieron, cosas estas que generan suspicacias -pagadas en los medios-, puesto que se trata de, fundamentalmente, consumir café y en RD las hay que nunca han redituado absolutamente nada moliendo café mezclado.
El tema surgió justo cuando La Barquita la volvieron a poner sobre el tapete para que le produzcan proyectos de mejoría técnica y arquitectónica que para muchos, pretenden solucionar problemas creando otros, como por ejemplo, la consolidación de la pobreza.
Nadie se atreve a limpiar los bordes del río, se prefiere retroalimentar de indigencias profesionalizadas, los gestos estatales y municipales, con concursos que se enarbolan como logros de una endeble transparencia. Pero la gente, con aceras, contenes, placitas, y algunas estructuras Institucionales, seguirá viviendo en la indigencia; en andrajos, sin centros de trabajo y sin asistencias educativas cónsonas con los tiempos que andamos.
Mientras tanto el naufragio de la vergüenza hizo aguas en las arenas movedizas de Güibia. La playa que fuera de la ciudad ahora es un resort gratuito de Villa Mella y toda la ruta norte-sur que el Metro facilita. La Alcaldía del Distrito Nacional puso los plásticos pintados de consignas y rostros cansados por los sueños presidenciables. Y no obstante el mal tiempo, la gente acudió y algunas fotos de prensa (y por Facebook) retrataron las actividades, todas muy sanas, como debe ser…
Pero quedó claro que Güibia ya es un peligro urbanístico que en vez de sanearse, se le inocula veneno populista. De hecho ha complotado en contra del desarrollo inmobiliario de su entorno. Nadie quiere invertir ni frente ni cerca de la francachela que allí se gesta cotidianamente.
Pero hay quienes se arriesgan porque creen todavía en un sistema viable y equilibrado de intercambio comercial. Una obra, detenida por las crisis de antaño, como lo es el Grand Hotel, ya es vecina de otra obra, cuya crisis no es económica sino social. Una inversión superior a los 35 millones de dólares está detenida porque sus promotores están aterrados al contemplar en lo que se ha convertido Güibia, pensando muy seriamente en cambiar el uso de suelo por un hibrido entre apartamentos y hotel, porque ya es muy tarde y toda la estructura está levantada.
Eso no garantiza nada porque el bullicio seguirá creciendo en Güibia. Y no es un bullicio de música de los grandes maestros, es un escándalo bachatero de baja ralea que se fomenta desde la Alcaldía y sobre arenas movedizas… Las piscinas plásticas lo demostraron. Algunos sofistas se contentan llamando al desplante histórico “reanimación urbana”.
La realidad es otra. Ya no hay un solo barrio de la capital dominicana que sea tranquilo. En todos y en cualquiera se permite cualquier cosa, transito pesado, guaguas anunciadoras en cualquier momento y día (sábados y domingos incluidos); lupanares, centros de masajes, talleres de mecánica, consultorios, oficinas del Estado, hospitales, clínicas, envasadoras de agua y/o gas, universidades, colegios y escuelas, en fin, que la ciudad no guarda un orden porque se puede todo…
Murió el concepto de urbanidad, se impuso el de urbanización sin planificación. Un gorila verde, de plástico, recibe el aplauso de la claque obnubilada de logros pueriles, mientras perdemos el todo de la ciudad a prisas de alcaldía que no saben limpiar ni conservar el entorno inmediato de sus propias sedes (caso el de la antigua Feria de la Paz…)