Revelaciones
Criollismo y criollistas en nuestro país
No solo eso, que de muchos ni se sabe dónde están sus restos. Y lo peor, de lo cual todos los gobiernos nacionales y municipales, son culpables: De que Franklin Mieses Burgos (1906-1976) el más grande lírico capitaleño (por no decir nacional para no despertar un avispero), no tenga una calle ni un callejón con su ilustre nombre
1.- El empujón del Premio Nobel a Louise Glück y los versos del poeta salvadoreño
Ojalá que algunos autores dominicanos de la actualidad, tanto en verso como en prosa, se vieran en el espejo de los versos naturistas o “criollosos”, por no decir criollistas, de Louise Glück (1943), de los que ofrecimos como muestra su poema “El jardín” en nuestro artículo del miércoles 14. Naturalmente, ella llama “jardín” a lo que nosotros llamaríamos “conuquito” cuando describe a una pareja que siembra guisantes, retratando fugazmente el entorno: “con las colinas al fondo,/ verdes y pálidas, nubladas de flores”.
Señalamos que este ha sido un empujón que le han dado los suecos a los criollistas de todas partes para volver al paisaje, a la exaltación de la vida campesina en estos tiempos que es de “buen tono” hablar del cambio climático y de los alimentos orgánicos.

El campo y los bosques son una prioridad de los que habitan las ciudades y por lo tanto, están aptos para volver a disfrutar los “Alimentos terrestres” (1897) que inspiraron a André Gide (1869-1951), Premio Nobel 1947, para enseñarnos, como él a “Natanael, Natanael, yo te enseñaré el fervor” este “nuevo fervor” por la vida al aire limpio de los predios rurales.
Respecto al salvadoreño Alfredo Espino (1900-1928), ofrecimos muestras de su poesía y hemos recibido varios mensajes de lectores cultos que manifiestan su agrado por este tipo de poesía, y por los prosemas de Luz Grecia Sosa Leyba (1923-2008), la gentil Pinina.
2.- Un detalle del artículo sobre Alfredo Espino y los criollistas nuestros
En nuestro artículo del 10-10-2020 (pongo la fecha porque esa relación de ceros no se dará jamás en la historia, como me dijera un amigo), aparece esta nota de lo cual dijimos que hablaríamos: “Cuando murió fue sepultado en el Cementerio General de la capital y luego sus restos fueron trasladados a la Cripta de los Poetas en el camposanto privado Jardines del Recuerdo.”
Es decir, que en San Salvador hay “una Cripta de los Poetas” y aquí hemos sido tan mezquinos con los nuestros, que a veces, como sucedió con Luis Alfredo Torres (1933-1992), (ponemos la primera fecha porque nos la dio su madre; él decía que fue en 1935, y así figura en sus libros y en las críticas sobre ellos), que lo tuvimos que enterrar en un panteón común porque ni sus familiares ni sus amigos teníamos posibilidades aquel 1º de mayo para conseguirle una bóveda.

No solo eso, que de muchos ni se sabe dónde están sus restos. Y lo peor, de lo cual todos los gobiernos nacionales y municipales, son culpables: De que Franklin Mieses Burgos (1906-1976) el más grande lírico capitaleño (por no decir nacional para no despertar un avispero), no tenga una calle ni un callejón con su ilustre nombre ¡Y todavía nos atrevemos a decir que Santo Domingo la Primada de América fue llamada Atenas del Nuevo Mundo! Para muchos artistas y escritores sigue siendo el Arrabal del Olvido, sin que por ello se sonrojen ni se avergüencen los políticos dominicanos que han alcanzado el poder. Y eso, que es culturalmente increíble, lo es más la por falta de reacción de los escritores y de los artistas dominicanos que nunca hemos protestado como gremio, al margen de las diferencias que nos separen. Nunca hemos alzado la voz ni como grupos ni como talleristas ni como entes individuales, salvo esta que clama en el desierto de la cultura nacional. No fue por actos masivos que logramos las pensiones ni los premios que se han instituido en el país por gobiernos y empresarios, sino que se ha mantenido la apatía grupal, la marginación consciente, quizás para no molestar, por miedo a perder las ayudas algunas instituciones o grupos. Ha llegado la hora de rebelarnos. Por eso le pedimos a los jóvenes, dueños del futuro: Que no se dejen mancillar, que reclamen sus derechos de ser reconocidos por lo que valgan atreviéndose a preguntar en voz alta: ¿Por qué no hay en las plazas de las ciudades y los pueblos los bustos de nuestros artistas y escritores? En otros países es un deber. Aquí es un privilegio, como lo son las publicaciones de las obras clásicas de nuestros autores en la Web, cuando en otras partes es un orgullo y un deber. Culpa es también de nuestros escultores lo de las estatuas, exceptuando a algunos pintores que han hecho sus aportes. ¡Esa revolución artística y literaria la están pidiendo desde sus tumbas nuestros grandes realizadores del hermoso decir y hacer poético y artístico!
¿Hasta cuándo esperaremos que aparezca alguien que tenga suficiente sensibilidad para honrar a quienes todos los países civilizados veneran: A sus artistas, a sus escritores, y en especial a sus poetas, como vimos que hacen en San Salvador?
3.- Los poetas criollistas dominicanos olvidados
Ahora nos toca hablar del tema directamente, para que los lectores comprendan a cabalidad nuestras pretensiones culturales.

El 1º de agosto, 16 días antes de que las nuevas autoridades recibieran el poder que limpiamente ganaron, publicamos un artículo con el título de nuestro libro inédito: “Criollismo poético en Santo Domingo a principios del siglo XX”, del 1901 a 1921, que a pesar de haber sido el fruto de un arduo trabajo de investigación, al no tener dinero para la edición (351 páginas), con todo y diagramación lo ofrecemos a las instituciones que desearen publicarlo, preferentemente alguna universidad cibaeña; en el cual demostramos, contrario a lo que sostenían 3 críticos importantes: Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), Max Henríquez Ureña (1885-1968) y Pedro René Contín Aybar (1907-1981) que solo hubo cuatro criollistas a principio del siglo:ArturoPellerano Castro (1865-1916), Bienvenido Salvador Nouel (1874-1934), Armando Álvarez Piñeyro (1873-1920) y Rafael Damirón (1882-1956) de los cuales incluimos del primero 6 criollas; del segundo 2 sonetos y 1 poema; del tercero, 10 sonetos; del cuarto, 3 sonetos y 4 poemas, mientras al margen de ellos encontramos 120 artefactos líricos entre poemas y prosas, 118 textos completos y 2 fragmentos de 64 poetas, prosistas y versificadores criollistas, aunque no pudimos revisar todos los medios de la época, ya que, solo de algunas revistas importantes, faltan años claves.
De los 120 hemos escogido a una personalidad de nuestra historia, que por una sola de sus composiciones puede ser considerado Poeta de la Patria, del cual apenas conocemos un texto criollista muy antologado: “Campestre”, de 1913. Se trata de don Emilio Prud’Homme (1856-1932), el autor de las letras del Himno Nacional Dominicano, y sin embargo, en nuestro libro, están ese y cinco más. Tomado de su obra póstuma “Mi libro azul”, 1946, un laborioso y magnífico aporte de su hija Emilia, como homenaje a todos los criollistas en el nombre del humilde maestro que fue en vida don Emilio, dos de sus poemas para cerrar este artículo: el primero descriptivo, con versos asonantes y el segundo, usando consonantes, en el cual, sorprendentemente, muestra rasgos humorísticos, que tanto extrañamos en los demás criollistas nacionales, de consonantes.
Mediodía
Como brillante sábana de plata
transparente la luz, cubre la tierra:
y la gloria del mundo se retrata
del mar en cada ola,
del campo en cada surco,
de la fuente y del lago en cada gota.
En la ardiente llanura
cada grano de arena es un destello,
cada hoja otro sol, y cada piedra
un diamante de fuego.
Se abraza la campiña;
el calor en las rocas reverbera;
vése temblando el aire
de tanto como vibra;
y en la cima del monte
los árboles parece que se incendian.
Ríndese el labrador sobre la yerba
de alguna escasa sombra;
el hacha se recuesta
de su próxima víctima, la dura,
centenaria caoba.
El soñoliento buey junto al arado
los ojos cierra y abre
a lentos intervalos,
mientras mueve la cola
del uno al otro lado
para espantar a la importuna mosca.
Y no lejos del dueño,
muy cerca del fogón en donde humea
la sopa, yace el perro
dejando ver la rubicunda lengua.
En tanto allá, muy alto,
en la cumbre del cielo,
el gran auto-fotógrafo se mira
en los mil ejemplos de su obra;
y mostrándose grato
a su labor de inimitable artista,
comienza a descender hacia el ocaso
dejándole a la tierra una sonrisa.
Mi libro azulP. 97 1908
En el campo
¡Dormida entre las flores!...
A un lado del camino,
pintoresco jardín naturaleza
dotó con sus primores.
Cansado peregrino,
recostéme del níspero vecino
a contemplar la rústica belleza.
Por un extremo el diáfano arroyuelo
reflejaba lo azul del claro cielo.
Los lirios perfumados
y el azahar silvestre
entre azulejos y moras enredados
son el encanto del jardín campestre.
El aura blandamente
me azotaba la enardecida frente,
y quise dormitar; pero al acaso
los entreabrí, y en el regazo
de blanca enredadera entretejida
la divisé dormida.
Dormida entre las flores cual si fuera
la sultana gentil de la pradera.
Me incorporé agitado,
la contemplé un momento,
y aléjeme con paso acelerado
mientras iba con ella el pensamiento.
Mas, ¿Quién fue la visión? ¿Alguna diosa
del bosque protectora?
¿Alguna virgen del arroyo, hermosa
Ondina encantadora?
No era hada, ni náyade ni ondina,
ni fue visión divina
de las que el bardo con amor celebra;
Era…¿sabéis quién era? ¡Una culebra!
Mi libro azulP. 98 1908

Noticias relacionadas