“Poner la historia de pie”. Así define su intento y no parece una tarea fácil. Pero a quien lo intenta, Rafael Chaljub Mejía, no se le conocen inclinaciones por lo fácil y lo hace ahora como un experimentado constructor de la historia escoltando como siempre, desde sus años juveniles de Nagua, a su compañero Manolo Tavárez Justo. Nuevamente el autor de “La guerrilla del decoro” y “Cuesta arriba” revisa el camino, su propio camino, el del Movimiento 14 de Junio (1J4).
Es la gesta de un continente remecido por la Revolución Cubana, que estableció que los dictadores pueden ser vencidos y en un país que salía de 30 años de dictadura. Que creyó que ésta terminaría con la muerte del dictador, pero olvidó que las dictaduras crean una institucionalidad y una cultura que se empeñan en sobrevivir a los tiranos.
Antes de Manolo. Escuché decir a un amigo de Manolo, “éramos todos trujillistas” y reconocer que el abandono de tales simpatías se debió a las convicciones del joven abogado, cuya importancia ya la adivinaba el enemigo: “Ciertamente en mi pueblo quizás fue más denso y revistió mayor importancia el llamado Movimiento 14 de Junio. Paradójicamente las mayores agitaciones fueron fomentadas en el orden femenino, el cual arrastró a muchos de sus miembros masculinos, algunos sujetos anodinos, de preparación intelectual muy escasa y de una significación social muy relativa.”(citado por Fausto Rosario Adames en su último libro).
Entonces, la flecha estaba en el aire. En aquel tiempo los latinoamericanos sabían que había un país en el mundo, donde existía, luchaba, unía, limpiaba, amaba Manolo y apuntaba al compromiso del retorno al orden constitucional. El 1J4, “los primeros”, siempre fue un movimiento insurreccional por lo que me asalta la duda si acaso tiene significación histórica criticarle la insurrección. Cincuenta años después tampoco creo que importa mucho seguir buscando a quién se le olvidó cargar las provisiones u olvidó las medicinas. Frente a un libro que es bastante definitivo cuando se refiere en forma muy crítica a las “alternativas”, la pregunta con la que ese medio siglo obliga a confrontarnos es si acaso podían hacer otra cosa. No había otra alternativa o por lo menos el libro “Manolo, cincuenta años después”, no la identifica.
“Él era nuestro capitán”, dice otro de los compañeros de Manolo recordando su comportamiento en la cárcel, su liderazgo en las peores condiciones y fundando para siempre una actitud frente a la vida y la política que muchos quisieran siquiera entender, pero que también para muchos es mejor olvidar, porque sus historias hace tiempo los instalaron en la otra acera.
Aquellos que vienen de la derrota
guardan en el fondo cierta ufanía
tal vez porque serenamente escogen
ser derrotados antes que corruptos.”
“De la derrota”.
Mario Benedetti
Me atrevo a decir que el texto del que les cuento nos deja una invitación ineludible, imperativa, que hasta puede cumplirse sin perder los empleos: ¿Quién o quiénes proponían la política correcta? A Manolo tuvieron que asesinarlo y luego siguieron matando. Si cinco décadas después queda claro que eso no era lo que había que hacer, diga alguien qué era lo que había que hacer, pues una superficial mirada al escenario del presente, nos libera de entrar en detalles.
La hazaña de Manolo y de tantos latinoamericanos no puede agotarse en una discusión extemporánea e inútil acerca de las “formas de lucha”, puesto que hace cincuenta años no había mucho espacio para la discusión: estaba Cuba que aparecía como un sol demasiado brillante y regímenes que compartían el diagnóstico descrito en “La historia me absolverá”.
La prueba de fuego es mirarnos hoy, preguntarnos hoy y respondernos hoy sobre los resultados de nuestras prácticas. Habría también que preguntarse por las consecuencias, en las cinco décadas transcurridas, de los quehaceres políticos que nos diferenciaron de la ‘inmadurez’ de Manolo o el desprecio para referirse a “los jóvenes del 14 de Junio” que morían en las montañas renunciando, también, a los exilios obligados o voluntarios. Cuántos sindicatos, cuántos legisladores, cuántos alcaldes, cuántos regidores, comparten sus posiciones, sus aspiraciones, su sueño de un país más justo y democrático. Si no hemos sido capaces de actuar según el ejemplo de Manolo y sus compañeros, ejemplo que tenemos que cargar para siempre, es absolutamente torpe seguir disparándose a los pies.
En la aventura de poner los hechos de pie, habrá que machacar hasta el cansancio, salir a contar, por ejemplo, que Minerva Mirabal fundadora del ‘1J4’, militante clandestina, una y otra vez encarcelada, fuertemente influenciada por la Revolución Cubana, no fue víctima de la violencia de género, sino de un crimen político propio del salvajismo del tirano que lo ordenó. Igual que Marta Ugarte, Lumi Videla o María Hilda Pérez (Cori) a la que todavía buscamos.
Después de Manolo: La política no sólo abandonó el Parque Independencia. Cada 12, 10, 8, o 4 años volvió al tobogán que desliza a sus actores en la disputa más banal y perversa: cómo hacerse del botín o cómo repartirlo. Y la crisis parece terminal cuando ambos -hacerse del botín y cómo repartirlo- son el componente único de la disputa de quienes se reparten un botín que ni siquiera poseen.
Si la política dejó el Parque Independencia camino de Las Manaclas, el hecho de que todavía no regrese como expresión máxima del desinterés personal, de la entrega total, del amor por la Patria como la vivieron esos mártires, no es responsabilidad de ellos, es una deuda nuestra.
No sería una mala idea dar una mirada a la experiencia de Uruguay y Brasil, donde un ex preso político por quince años y una ex “asaltante de bancos”, ejercen la presidencia sin ninguna necesidad de auto flagelarse o flagelar por la forma que respondieron al horror. Habrá que celebrar la lectura apropiada –supongo- del mundo actual, que les tocó vivir y transformar.
Permítanme concluir con una cita del libro de Patricio Rivas “Chile, un largo septiembre”, que además es testimonio de lo que decíamos antes: del carácter continental que las estrategias políticas tuvieron y, ahora, del carácter lo más amplio posible que debe tener un honrado escrutinio.
“Sin todos los aprendizajes acumulados en el siglo XX, las cosas serían un poco más difíciles para los jóvenes de hoy. Para los adultos tampoco serán fluidas. Los sobrevivientes también necesitamos vivir y para ello nos faltan muchas voces. Tenemos la mala costumbre de culparnos, pero no hemos sido los autores del horror. Todo lo que hicimos fue para salir de él. No emergimos indemnes, tenemos algunas cicatrices que en la soledad de nuestros diálogos nos recuerdan que todo tuvo y tiene sentido.”