A pesar de una serie reciente de acontecimientos, algunos  violentos de un lado y otro de la frontera,  a lo que se agrega una fuerte campaña internacional de descrédito contra el país, las relaciones actuales con Haití distan de ser las más intensas o las más graves en el último siglo.

En  mayo de 1963, un grave incidente  diplomático estuvo a punto de conducir a un enfrentamiento bélico, de consecuencias difíciles de calcular. Y menos de dos días antes del golpe que derrocó la madrugada del 25 de septiembre de  ese año al presidente Juan Bosch, otro incidente, este fronterizo, agravó las tensiones que venían acentuándose desde mayo. La ocupación violenta ese mes de la embajada dominicana en Puerto Príncipe por fuerzas policiales haitianas, bajo el pretexto de que allí se daba refugio a un oficial de ese país acusado por el dictador Francois—Papa Doc—Duvalier, del fallido intento de asesinato contra sus hijos mientras se dirigían escoltados hacia el colegio, había motivado una airada reacción del presidente Bosch y llevado las relaciones a un punto de congelación.

En septiembre, tras un incidente sin mayores consecuencias en la frontera, Bosch llegó incluso a ordenar una movilización militar e impartió órdenes, que no se cumplieron, a sus jefes de Estado mayor para que se atacara por aire al palacio presidencial haitiano. Las tensiones ya  habían alcanzado su más alto nivel en mayo, cuando Duvalier llevó el caso ante la asamblea general de la OEA, cuya intervención impidió que los dos gobiernos llevaran sus diferencias al campo de batalla.

Las relaciones entre ambos países han estado matizadas tradicionalmente por agravios que pesan con fuerza demoledora en la psique popular. El recuerdo de la ocupación haitiana del territorio nacional de 1822 a 1844, y un siglo después la matanza de ilegales haitianos por fuerzas de la tiranía trujillista, interfieren todavía los vínculos bilaterales.