Estamos finalizando ya el mes de abril, que desde el año 1998  fue designado en nuestro país, por el Poder Ejecutivo  como el Mes de la Prevención de Abuso Infantil.

Es lamentable que no hayamos escuchado durante este mes ninguna campaña en este sentido y digo que es lamentable porque a partir de ese decreto la cooperación y el trabajo coordinado entre las organizaciones gubernamentales, no gubernamentales y  organismos internacionales nos daba la esperanza de que el tema por fin había sido colocado como prioritario y que como país iniciábamos un camino de más protección y seguridad para nuestros niños y niñas.

Más no nos toca desalentarnos, sino llevar la voz de alerta e insistir, sin cansarnos, en la necesidad de reconocer la obligación que como sociedad y como estado tenemos de garantizar los derechos de los niños, niñas y adolescentes.

Regularmente, cuando ocurre un caso de abuso sexual infantil la comunidad, los ciudadanos comunes simplifican la situación a un hombre (que siguen siendo con más frecuencia los agresores sexuales), una niña (que siguen siendo las mayores víctimas), dentro de un contexto familiar específico, visto como privado, íntimo, impenetrable y soberano.

Hoy quiero compartir los planteamientos  de un excelente terapeuta sistémico que luego de años de trabajo con familias, víctimas y agresores sexuales desarrolla toda una teoría ecosistémica del abuso infantil. El Dr. Jorge Barudy Labrin en su texto El Dolor Invisible de la Infancia, pone de relieve la responsabilidad social, el impacto de los modelos económicos capitalistas y la complicidad de los terceros (todos nosotros), los involucrados cuando ocurre un nuevo caso de abuso sexual infantil.

El autor plantea como los modelos económicos basados en la economía de mercado generan dificultades en las familias, obligándolas a competir mostrando indicadores de éxito y bienestar a través de la obtención de bienes materiales, lo cual genera situaciones de estrés que podrían terminar en violencia.

De igual forma es un sistema que produce cada vez mayores desigualdades sociales, exponiendo a los niños niñas y adolescentes a la explotación sexual comercial como sustento de vida,  para ellos mismos o para otros adultos, como frecuentemente ocurre.

En este sistema los niños y niñas corren el riesgo de ser vistos como una carga económica o como objetos de consumo para compensar las carencias afectivas de los adultos.

Los niños son expuestos a campañas publicitarias, sesiones fotográficas, desfiles de moda y concursos que los reducen a simples mercancías o a motivación para la compra de bienes de consumo que no tienen ninguna relación con sus necesidades reales.

Todo esto está tan normalizado que como borregos los padres de familia son llevados a exponer a sus hijos a cumplir los deseos y las expectativas de los adultos, lo cual los hace vulnerables a todo tipo de abuso, no solo al sexual.

El desarrollo de la tecnología y el acceso indiscriminado a ella que expone a los niños a las redes internacionales de pedofilos y a materiales pornográficos.

Unido a este impacto está el que tienen todas las creencias falsas enraizadas en la cultura como son la idea de que los abusos sexuales no son muy frecuentes, que se dan sólo en las clases sociales pobres, que es mejor no hablar con los niños abusados sobre lo que les ha pasado pues así lo olvidarán, que los niños mienten sobre estas cosas, el seguir manteniendo como un tabú la sexualidad, que los agresores sexuales son enfermos, perturbados o desconocidos de la familia…

La ideología patriarcal que le concede todo el poder al hombre sobre las mujeres y las niñas y el gran miedo de las familias y los profesionales de acceder a la justicia por la impunidad y la corrupción.

Cuando un niño o niña es abusado sexualmente en seguida se levantan los dedos acusadores hacia los padres. No se trata de quitar responsabilidad a los adultos a cargo sino de distribuir esta responsabilidad, que como hemos visto nos corresponde a todos y a todas.

solangealvarado@yahoo.com

Twitter: @solangealvara2