La reciente y masiva revelación de once millones de documentos de la firma de abogados con sede en Panamá Mossack Fonseca, bufete especializado en creación de sociedades comerciales offshores, que fueron entregados al periódico alemán Süddeutsche Zeitung, que compartió la información con el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, organización que reune a 107 medios de comunicación de 78 países, ha conmocionado al mundo, pues de ella se desprende que, supuestamente, durante el último medio siglo ese bufete habría ayudado a sus clientes a lavar dinero procedente de diversas actividades. La filtración afecta a 200.000 empresas y a casi una centena de presidentes, expresidentes, deportistas, artistas, empresarios y todo tipo de personas.

Este hecho trascendental, ante el cual parecen minúsculos los escándalos provocados cuando WikiLeaks filtró millones de cables diplomáticos confidenciales en 2010 y cuando se produjeron las revelaciones de Edward Snowden en 2013, nos trae a la mente dos novelas, leidas hace un tiempo y llevadas al cine ambas. “Nuestro hombre en La Habana”, escrita por el británico Graham Greene en 1958, y “El sastre de Panama”, publicada en 1996 por el también escritor británico John le Carré. “Nuestro hombre en La Habana” fue llevada al cine en 1959, protagonizada por sir Alec Guinness. Por su parte, “El sastre de Panamá” es una película del año 2001, protagonizada por Geoffrey Rush y Pierce Brosnan. En síntesis, el hombre en La Habana es Jim Wormold, un simple vendedor inglés de aspiradoras que habita en la Cuba de los finales de Fulgencio Batista y que decide servir de espía a los servicios secretos británicos para poder pagar los estudios a su hija. Como no es un espía profesional ni tiene vocación para ello, decide inventarse sus informes a las autoridades británicas, llegando al extremo de presentar los planos de sus propias aspiradoras como si fueran planos de bombas. Por su parte, en “El sastre de Panamá”, a un espía ingles lo envían a Panamá tras tener una aventura con la esposa del embajador y, una vez allí, se pone en contacto con un sastre local de dudoso pasado y estrechas relaciones con el funcionariado y la mafia del país.

Pero… al margen de estas curiosas referencias y coincidencias de la ficción de espías, ¿cuál es el significado de lo que ya se conoce como los “papeles de Panamá”? Ante todo, hay que recalcar que ser propietario de una empresa offshore no es un crimen ni es ilegal. Lo que sí es ilegal y un crimen es el robo de documentos. Y el robo de documentos no de una organización mafiosa sino de una firma proveedora de servicios legales. Ahora bien, según los documentos filtrados, supuestamente bancos, bufetes y sociedades offshore ignoraron requisitos legales que buscan asegurar que los clientes de estas entidades no estuvieren involucrados en actividades ilegales, evasión de impuestos o corrupción política. La investigación mostraría cómo los intermediarios offshore se protegieron ocultando transacciones sospechosas o alterando registros oficiales. Aquí hay entonces una cuestión de compliance, de falta de estructuras y sistemas de debido cumplimiento de las normas, que provocan un riesgo reputacional tan expansivo que afecta no solo a los entes envueltos sino también a la propia jurisdicción y prestigio de Panamá.

Crucial es también la cuestión fiscal. Un socio de Mossak Fonseca afirmaría tras la filtración de documentos que los afecta: “Hay una guerra entre los países abiertos, como Panamá, y los países que gravan más y más a sus empresas y ciudadanos”. Pero en realidad aquí no se trata de la lucha entre los países transparentes y fiscalmente justos y los países opacos promotores de la evasión fiscal, entre los infiernos tributarios y los paraísos fiscales. No. En realidad, lo que subyacería en todo esto es la lucha entre paraísos: el de Panamá y el de los fideicomisos de Dakota del Sur y Delaware. Estados Unidos tolera los paraísos en la medida en que no sirvan de refugio a criminales, terroristas, grandes evasores y lavadores de dinero. Pero ojo: el dinero negro puede ser perfectamente invertido en apartamentos de lujo en Miami o New York. Y es que para el gobierno estadounidense la cuestión no es la criminalidad per se sino sobre todo que se paguen impuestos. No por azar Al Capone fue encarcelado no por sus crímenes sino sobre todo por no pagar impuestos. Esto es lo que explica la existencia de una ley como FATCA de aplicación extraterritorial y que tiene que ser tomada en cuenta en todo programa de cumplimiento corporativo de sociedades aun no estén estas localizadas en Estados Unidos.

Un dato adicional, quizás el más importante de todos. Lo que está en juego aquí es de la mayor importancia geopolítica. No por casualidad la reacción más enérgica frente a las revelaciones de los papeles de Panamá ha sido la del gobierno ruso, para quien detrás de todo se encuentra la CIA y el Departamento de Estado. Es obvio que Estados Unidos busca recuperar el liderazgo en América Latina y el terreno perdido frente a las agresivas incursiones de Rusia y China en la región, tales como el proyecto del Canal de Nicaragua y el tren rápido México-Querétaro, donde el dueño de la constructora Higa, Juan Armando Hinojosa, precisamente uno de los afectados por las revelaciones de los papeles de Panamá, creó un consorcio chino-mexicano para construirlo. La lenta transición democrática en Venezuela, la mucho más lenta en Cuba, el golpe de Estado disfrazado de juicio político en Brasil, la feliz normalidad de la Argentina de Macri, en fin, todo demuestra que, no importa cuál partido político gane las elecciones de noviembre, el establishment estadounidense está decidido a que el siglo XXI latinoamericano sea yanqui.