Nueva York.-Brasil, la quinta nación más poblada del mundo, tiene la octava economía mundial, sufre las más descarnadas desigualdades económicas del planeta, una seria crisis económica y la epidemia del Zika.

Pronto olvidaremos eso, el Carnaval y las olimpíadas en Río de Janeiro vienen zumbando.

Mientras los políticos siguen muy ocupados, como siempre, arrancándose la piel, disputándose el poder.

Es muy probable que el ex presidente Luiz Inacio –Lula- Da Silva y la actual presidenta, Dilma Rousseff sean culpables de los pecados que se les imputan. Entre sus acusadores, sin embargo, 38 de los 65 legisladores que agitan por el juicio político para destituir a Dilma son investigados por corrupción.

Una figura cimera contra Lula y Dilma es un prófugo internacional. Paulo Maluf no puede salir de Brasil, lo busca la Interpol, en Francia lo condenaron a tres años por lavado de activos.

Eduardo Cunha un diputado “cristiano”, vocero contra Lula y Dilma, tiene múltiples cuentas secretas en Suiza con muchísimos millones de dólares, lo investigan por sobornos.

Maluf y Cunha no tienen “calidad moral” para cuestionar a Lula y a Dilma, quienes tampoco son inocentes. El buen y el mal ladrón, ladrones son.

En Brasil no hay inocentes, todos son culpables, pero avanza un escalonado golpe de estado legal. La ultra derecha lleva 14 años fuera del poder, desde que Lula ganó en el 2002, y no ganarán las próximas elecciones

Intentan arrebatar el poder, usan cortes, legislatura y medios de comunicación, están desesperados.

Ciertamente, dos millones marchando contra Lula y Dilma resulta impresionante, pero son “tres gatos”, ante los 54 millones que reeligieron a Dilma. En democracia deciden los votos, no los insultos que se escupan en las calles.

Los políticos brasileños, triste realidad mundial, son sólo dos grupos; los políticos ladrones, y los que se murieron.