La definición que ha dado el Papa Francisco del corrupto es muy actual, pese a que sustenta su criterio en las palabras de Jesús.

“Y la doble vida de un cristiano hace mucho daño, mucho daño. ‘¡Pero si yo soy un benefactor de la Iglesia! Me meto la mano en el bolsillo y doy limosna a la Iglesia’. Pero con la otra mano, roba: al Estado, a los pobres… Roba. Es un injusto. Esta es la doble vida. Y esto merece, dice Jesús, no lo digo yo, que le pongan al cuello una rueda de molino y sea echado al mar. No habla de perdón aquí”.

El papa pide que al que roba se le ponga una rueda de molino al cuello y sea lanzado al mar.

Así es Francisco de franco y claro contra los corruptos.

No es relajo. No es una cuestión filosófica y teológica. El papa está hablando de la corrupción que perjudica al Estado y que perjudica al pueblo.

Estas palabras del papa son terribles. No es que el papa se esté volviendo loco. El papa habla con mucha claridad:

“Debemos reconocernos pecadores, sí, todos ¡eh! Todos lo somos. Corruptos no. El corrupto está fijo en un estado de suficiencia, no sabe lo que es la humildad. Jesús, a estos corruptos, les decía: ‘La belleza de ser sepulcros blanqueados, que parecen bellos por fuera, pero por dentro están llenos de huesos muertos y de putrefacción. Y un cristiano que alardea de ser cristiano, pero no hace vida de cristiano, es uno de estos corruptos […] Todos conocemos a alguien que está en esta situación y ¡cuánto mal hacen a la Iglesia! Cristianos corruptos, sacerdotes corruptos… ¿Cuánto mal hacen a la Iglesia! Porque no viven en el espíritu del Evangelio, sino en el espíritu de la mundanidad”.

Estas palabras llenan de iluminación el rol que la Iglesia del papa Francisco quiere jugar en la sociedad moderna, marcada y afectada por la corrupción.

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