El nuevo papa de la Iglesia Católica es argentino, por primera vez. Eso ya es un signo alentador y esperanzador. Era tiempo de que un hombre de este continente condujera a la Iglesia Católica universal, teniendo en su historia y en sus decisiones la realidad latinoamericana.
Lo segundo es que el papa es miembro de una congregación religiosa, la Compañía de Jesús. Por primera vez un jesuita alcanza el trono de Pedro. Otro signo esperanzador. La congregación de San Ignacio nació hace más de 500 años para servir, para hacer crecer el trabajo que le indicara su superior, que era el papa. Ignacio, que pedía limosna y que redactó sus famosos Ejercicios Espirituales en sencillez y abstinencia, no se propuso que ninguno de sus discípulos llegara a tal posición. Alienta que un jesuita dirija hoy la Iglesia Católica.
Son muchos los desafíos que tiene la Iglesia. La historia biográfica de Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires hasta ayer, obispo de Roma desde este miércoles, describe a un hombre fuerte en la fe, consagrado con profunda vocación, convencido de una visión pastoral y evangelizadora.
Poco a poco se le podrá conocer, más que por su pasado, por las decisiones que adopte. Europa estará atenta, porque casi siempre los papas han sido europeos, y por primera vez uno de las tierras de América ocupa esta posición que le han asignado a Francisco I.
Un comentario sobre esta elección:
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