Cuando se piensa en cambio climático, quizás se piensa en una causa por la que lucha un grupo aislado de medioambientalistas que buscan preservar hábitats y reservas naturales por el bien de la madre naturaleza.
Cuando se piensa en el calentamiento global, quizás se piensa en cómo afecta a la población de osos polares en el hemisferio norte. No se piensa que como estos osos, también la población humana podría estar camino a la desaparición.
El cambio climático no es un problema único al Medio Ambiente –el Ministerio de M.A y M.A. como el entorno-. Se trata de una problemática de carácter político, económico y social, con igual prioridad que la crisis energética –con la que está relacionada-, la crisis de educación, la mortalidad infantil o la pobreza mundial.
Si no se buscan soluciones que controlen el proceso acelerado de acidificación de los océanos, la elevación de los niveles del mar, el alza de las temperaturas y otras alimañas que trae este fenómeno a la biosfera, no habrá planeta qué habitar, ni poblaciones qué proteger.
Por eso es el tema principal sobre la mesa para las Naciones Unidas y el Banco Mundial, por eso se promueve la acción con carácter de urgencia. De manera que para empezar a desarrollar e implementar soluciones reales de energía y producción alternativa, debe primero asimilarse el cambio climático como un problema causado por el ser humano, que pone en peligro la vida del ser humano y que debe ser atendido por el ser humano.
¿Cierto, ser humano?
Con esa conciencia, se podrá exigir la toma de medidas que responsabilicen de los daños (contra la humanidad, no el hábitat) que causan los principales emisores de dióxido de carbono y otros gases dañinos. Con ese sentido de responsabilidad, podrá apoderarse la población de una visión de cambio y progreso que trabajaría no sólo para ‘proteger áreas verdes’, sino para revolucionar modelos económicos y políticos, por una vez, en beneficio de las mayorías.