Tajada de Mango

Joiri Minaya Féliz

El fruto puede ser el fruto de cualquier planta, mientras que la fruta, en femenino, generalmente se usa para hablar de las de consumo humano.

Las frutas “exóticas" fueron así clasificadas por personas que se pensaron en el centro del mundo, siendo todo lo demás periferia y por lo tanto lugares para ser descubiertos, explorados, explotados, dominados y sobre los cuales fantasear.

El mango, originario de la India y esparcido en el resto de la zona intertropical, es el arquetipo de la fruta exótica: dulce, jugosa, de olor y sabor "paradisíaco celestial", características que se derraman por igual sobre los paisajes y la personas de las zonas que albergan al género Mangifera. Lo curioso es que hasta los autóctonos de estas áreas se autodenominan, junto a sus alrededores y sus productos, como exóticos, todavía hoy en día.

Esa fruta tan apreciada a lo largo de la historia - sobre todo en la historia de la Europa y la Norteamérica que demanda y absorbe el 80% del comercio mundial de importación de las frutas tropicales producidas en territorios ex-coloniales - estuvo siempre disponible en los patios de mi infancia y adolescencia.

No venían en lata flotando en un líquido azucarado, ni llegaban dentro de un ziplock, pelados y partidos en tajadas por manos de mujeres inmigrantes, como lo venden en Union Square.

En su variedad tonal desde rojos y morados, amarillos y naranjas, los tumbábamos de la mata. Unos caían con manchas negras, otros picados por los pájaros. Caían suficientes lisos, brillantes y bonitos. De vez en cuando se tumbaba uno que otro verde también.

No sé qué tipo de mangos eran, pero sé que no eran los afamados Banilejos. Me pregunto si los de mi patio eran Edward, Tommy Atkins, Kent, Hadden o alguna de las variedades creadas en Florida.

A diferencia de las botellas de Presidente (y de las nalgas que acompañan muchas de sus publicidades) la superficie del mango no suda gotitas de agua apetecibles, aunque sí brota una savia pegajosa de su punto de unión al pedúnculo (el palito que lo agarra al árbol) cuando éste se corta, que según el internet angloparlante es terriblemente irritante, aunque a mí no me resulte familiar ese dato.

Comerme un mango siempre fue una tarea llevada a cabo en la seguridad de mi hogar. Ya bastante obscenidades indeseadas me han tocado en este mundo por existir mujer - al salir tarde en las mañanas y añugarme un guineo como único desayuno en una caminada rápida al tren; al usar cualquier estilo de ropa; al caminar en la acera; al cruzar una calle, etc - para que encima se me ocurriese comerme un mango entero en público.

Las mujeres en mi familia, sin embargo, siempre han disfrutado de comer mangos enteros y chupar su semilla hasta dejarla sequeciiiiita, casi sin pelos, en visitas al campo, en viajes al río, en juntaderas de patio.

Yo nunca aprendí tales habilidades. La última vez que intenté comerme un mango de esa forma debió haber sido hace más de una década, y me encontré un gusano grande, feo y negro a mitad de camino. No volví a comer mango en mucho tiempo, y cuando lo hice tenía que escudriñarlo bien, y partirlo en tajadas.

Tajada de Mango

Ingrendientes:


Un mango.

Preparación: