El poeta Juan Carlos Mestre (León, España, 1957) acaba de recibir el Premio de poesía de la Crítica española el 13 de abril del año en curso justo mientras participaba en el reconocimiento que la revista contratiempo y DePaul University de Chicago, en complicidad con el Instituto Cervantes, le otorgaban en los mágicos espacios de la Poetry Foundation de dicha urbe. El poeta, invitado al VI Festival internacional Poesía en Abril que organizan dichas instituciones—como un húsar que carga la verdad al hombro— conversa aquí de temáticas, ansiedades y de su voz poética.
¿Qué decir del poeta? Exquisito grabador, bardo y titiritero que abraza un bandoneón en último recurso analgésico contra el dolor, ése que sólo la música sabe aliviar, Mestre debuta en 1982 con Siete poemas escritos junto a la lluvia. Desde entonces no cesa de provocar ni construir alrededor de esa caja de herramientas que es la poesía. Títulos como Antífona del otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonáis 1985), La poesía ha caído en desgracia (Premio Jaime Gil de Biedma, Visor, Madrid), La tumba de Keats (Premio Jaén de Poesía) y La casa roja (Premio Nacional de Literatura 2009), para algunos, conforman la armadura donde el texto encarna una forma de “resistencia a la legislatura del mal”. Y ello lo ha confirmado Juan Carlos al indicar a la prensa ibérica, desde su móvil y en el asiento delantero de mi auto, que “tal como pensaba Rosa Luxemburgo, cada lágrima que corre allí donde podría ser evitada es una acusación” y que la poesía “es el testigo incómodo de la conciencia, el imperativo categórico de la memoria como derecho indeclinable de las víctimas”.
Jochy Herrera: La oscuridad, llámese ella mentira o dueña de las víctimas ¿Puede acaso ser confrontada con la poesía? ¿Son tus poemas una forma de resistencia contra la aparente agonía de la luz?
Juan Carlos Mestre: Todo poema es un acto de delicada resistencia ante y contra los diversos grados de fuerza y de dominación que ejerce el poder sobre el lenguaje. La oscuridad acaso sea esa zona donde las excavaciones de la voz se reencuentran con la sonrisa inmaculada y pura de los muertos, los antepasados civiles de la razón del habla, los borrados de la felicidad y del sueño, las víctimas morales de todos los actos de crueldad que siguen bajo la intemperie de las estrellas esperando la restitución de su tan real como imaginario y aún hoy pendiente derecho a la justicia. Mis poemas se orientan en alguna de esas direcciones, aspiran, diría yo, a esa iluminación sobre las zonas borradas por el discurso del autoritarismo, quisieran contribuir a la restitución, a activar la fraternidad en el alma del mundo, oponiendo su resistencia, en la medida de que las palabras sean capaces de hacerlo, a las ideologías tóxicas de la ferocidad financiera y el utilitarismo mercantil, el secuestro del lenguaje por la retórica de la publicidad de consumo y la demagogia política, todo lo que ha desplazado la dignidad humana del lugar central de la reflexión y el esmero de la fraternidad social. La gran mentira es la estructura impuesta por los intereses oligárquicos a la sociedad civil, el secuestro que estos han ejercido sobre la democracia participativa y las formulaciones progresistas de relación ciudadana. Claro que le compete a la poesía inmiscuirse en estas cuestiones, ella es la figura irradiante de lo humano, el proyecto de las enunciaciones de la felicidad como primera aspiración legítima de los lenguajes del porvenir, la poesía como respiración de la otra verdad que alienta el proyecto espirtual de lo humano, el gran e inocente juego de las poéticas del desafío frente a los evidentes síntomas de medievalización de la modernidad
JH: Hace más de dos siglos Hölderlin advirtió que la poesía era la más inocente de todas las ocupaciones, y Mestre, cómplice de Walter Benjamin —avisador del fuego él— sentenció que la palabra Justicia significa quizás futuro. Entonces ¿Qué hacer con la palabra que ha sido silenciada, apropiada por los mercaderes?
JCM: Holderlin pensaba que todo lo que existe había sido alguna vez imaginado. Es difícil imaginar que la realidad actual no haya sido realmente diseñada en los términos de catástrofe que el presente refleja como perverso espejismo de las utopías permanentemente aplazadas de la felicidad colectiva y la justicia social. La reconstrucción a través del lenguaje poético del alma del mundo en términos de bondad armónica perdurable está ligada al remoto empeño de la reconstrucción de la sociedad, como soñaba Wilde, sobre unas bases más justas y diferentes que impidan algún día el sufrimiento humano y posibiliten una relación de equilibro y paridad para con el resto de los seres vivos. Acaso sea ya demasiado tarde y la agresión se haya consumado hasta llegar a un punto sin retroceso, pero merece la pena seguir intentándolo, oponer poemas y formulaciones de conciencia a la usura y su cifra miserable de acumulación de dolor y muerte, de sufrimiento y plusvalías, episodios tan vinculados en su cruel y desencadenante consecuencia. La poesía, es mi actual percepción del hecho, no debe desatender en ningún caso lo inmanente a su esencia, es decir la de posibilitar el sueño pendiente de ser soñado, la enunciación vocal de lo silenciado, pronunciar en términos de armonía tonal la ética de los lenguajes constructores de porvenir, no un único vértigo, sino un múltiple y heterodoxo coro de voces, de apreciaciones disímiles de las paradojas de la verdad, acaso ese sea ya uno de los últimos relámpagos de su función, tal como ahora la conocemos, en medio de las tormentas terrestres. Ciertamente, el avisador del fuego benjaminiano anuncia, enuncia la posibilidad de las grandes catástrofes, pero no para describirlas, sino para al nombrarlas desactivarlas y evitar que se cumplan. La tarea siempre es la reconstrucción, las palabras han sido hechas para ayudar a construir la casa de la verdad, no para destruirla, restituir los significados hurtados por las prácticas retóricas de dominio a la semántica de su anhelada justicia, a la hospedería de su remota misericordia, a los apasionamientos críticos de las utopias de la libertad. No hay futuro sin dignidad civil, no hay dignidad sin un lenguaje que articule las formulaciones de una ética de la conducta, de su piedad hacia y para con el otro, el diferente, el extranjero, el huérfano, la viuda, los solos en el desamparo de los humilde y la intemperie de los postergados…
JH: En La casa roja (2008) declaraste que vives extraviado entre dos rosas de sangre: la que tiñe la calamidad de impaciente belleza y la que tiñe la aurora con su astro eucarístico ¿Podrías regalarnos una que otra pauta para conservar el optimismo que a veces parece morir?
JCM: Toda la poesía es un regalo de lo invisible, un don de naturaleza espiritual pero no una visión necesariamente optimista, a veces todo lo contrario y su extrema percepción como lenguaje del límite oscila al borde del pesimismo. Lo poético en cuanto da cuenta del fracaso de las épicas del Ser, es también testimonio moral de un yo semejante ante la barbarie, de una participación en la ruina, de su responsabilidad colindante con la incapacidad del no lograr impedir, del no poder contra las figuraciones y los fantasmas del mal. Entonces sólo se me ocurre reiterar aquel ya viejo pensamiento que nos recuerda que la esperanza lleva siempre mucho más lejos que el miedo y dar continuidad a los mandatos del sueño, el áun es posible de las utopías. Digamos que la impaciente belleza de la demorada esperanza, por ahí va el camino que acaso conduce a ninguna parte, es decir al lugar sin llegada del nunca, al aplazamiento permanente de lo buscado, ese perpetuo viaje sin retorno que es la misma vida, pero que aún así, es el único lugar que puede ser vivido con dignidad, el lenguaje poético dando cuenta de las contradicciones de la aspiración humana por construir armonía y demolerla, por buscar salvación y generar catástrofe. Después de todo lo que sobrevive a San Juan de la Cruz, a la Inquisición, a los conventos de la ortodoxia, es el siempre inocente lugar de lo no humillante, lo nacido para la súbita y desafiante honradez de la imaginación, “el ciervo vulnerado que por el otero asoma”. No hay otra alianza, todo eco del amor que fue funda otro encuentro en el porvenir.
JH: Además de una taza para el agua, de la llave que abre el sueño de las muchachas dormidas y de un tintero para el himno de la desobediencia ¿Qué más lleva un poeta en la mochila?
JCM: Pues tal vez todo lo que pudiera llevar cualquier ciudadano para la necesidad de la travesía, pan para el pan y la historia del Movimiento Obrero de las hormigas, necesidad y esfuerzo, el tratado mágico que da amparo a las religiones del bien y el relámpago de su superstición sobre los inexplicables misterios del universo, las brújulas imantadas por el deseo y el libro tibetano de los muertos… Quién sabe qué sueños pendientes de ser soñados tienen otros, qué insomnios perpetuos tras la llegada al gran silencio… Y cualquier otra cosa invisible, siempre que le quite espacio al cansancio de las creencias en lo Absoluto y las seguridades del Saber. Imprescindible una goma de borrar, para borrarse.
JH: ¿Cuándo acabará la muerte?
JCM: La muerte acaba el día en que nacemos, como concluye el inútil prestigio del silencioso vacío en la mañana del habla; la poesía da cuenta de esa otra realidad que se emancipa de lo real verosímil en los espejos sin reflejo del lenguaje, todo vuelve a nacer cuando lo que vuelve a ser pronunciado por una voz sin boca es oído por un otro errante en busca de rostro, es ese reencuentro con la memoria de lo ancestral lo que hace retornar infinitamente al Ser hacia su más remoto destino: lo inimaginable de la imaginación, el permannete milagro del futuro.
JH: ¿Qué aguarda la tinta de tu pluma tras este premio de la Crítica?
JCM: Los premios han sido hechos para los caballos de carreras, no para los poetas. Los poetas son pájaros solitarios, no ornitólogos que aspiran a la condecoración civil de la recompensa por los servicios prestados a la cátedra de los forenses del canto. Vivo al margen de esa expectativa y tampoco sufro con sus consecuencias. Episodios sin argumento, sucesos para dejar ahí, sobre la repisa de las flores mustias. Todo lo demás relacionado con la hipótesis creativa es para mí un misterio, yo carezco de método, no hay cálculo en mi poesía, no hay negocio de posibilidad, la poesía ha sido mi única posibilidad y mi vida está vinculada estrictamaente a su azar, dependerá del próximo sueño, de las lecturas estimulantes, de la causal casualidad de los desistimientos y los vínculos. Nunca he escrito lo que he deseado, sino lo que me ha sido más cercano a la idea posible de lo deseante, y eso es lo único que puedo resolver en cuanto logro del imaginario. Vivir en la poesía es muy distinto a escribir poesía, no necesariamente se da con facilidad el paso de un lugar a otro; para mi vivir en la escritura y escribir sobre lo vivido no son actividades complementarias, sino difusas y muchas veces contradictorias, sobre todo cuanto la escritura se revela como única posibilidad real de la vida. Lo probable será entonces el extravío, la exacta incertidumbre, eso que en todo hablante con pretensión de escritura es imantación de “un no se qué que queda balbuciendo” del frailecillo descalzo.
Jochy Herrera es miembro del Consejo editorial y la Mesa directiva de contratiempo. Autor de Cuerpo [Accidente y Geografía] (SANTUARIO, 2012)