Dos poemas y una sola intención
El negro tras de la oreja, de Juan Antonio Alix, y El abuelo, de Nicolás Guillén
Ambos textos tienen mucho que ver con el mestizaje americano y caribeño, consecuencia directa de la colonización europea (española en este caso).

“La civilización blanca, la cultura europea le han impuesto al negro una desviación existencial”. Frantz Fanon

I.
El día 12 de octubre es una fecha que no pasa de largo ni en América ni en Europa. Para los europeos es una fecha de la que se sienten orgullosos, por todo lo que significó para ellos, especialmente para sus economías. Para los americanos del Sur (Centro y Suramérica) es todo lo contrario, también por lo que significó: despojo, saqueo, genocidio. Cuestión de perspectivas.
Los españoles celebran con satisfacción el Día de la Hispanidad, que es su Fiesta Nacional; y eso se comprende. Es la fiesta de los vencedores. Para los que habitamos en el centro y sur del Nuevo Mundo sólo será el día de la llegada de los europeos a nuestro continente, sin que haga falta agregar más detalles, y será justo hablar de conmemoración. Que no es lo mismo celebrar que conmemorar. Aun de este lado del Atlántico, muchos hablan casi festivamente del Día de la Raza, otros prefieren continuar usando la vieja denominación Día del Descubrimiento de América; y no faltan los que se decantan por el eufemístico Encuentro de Razas, o de Cultura. Nombres casi todos inadecuados. Con relación al último, más justo sería hablar del choque o colisión de razas, que de encuentro. Y ni hablar del “descubrimiento”. Pero esa discusión no es lo que nos mueve en este trabajo. Que cada pueblo celebre o conmemore de acuerdo a lo que esté acorde a su conciencia. Tampoco nos parece aceptable repudiar a los europeos de hoy por los crímenes de ayer.
Bien, como precisamente acabamos de conmemorar un nuevo aniversario de la llegada de los europeos a nuestro continente, en esta semana hemos escogido dos poemas de dos bardos antillanos. Ambos textos tienen mucho que ver con el mestizaje americano y caribeño, consecuencia directa de la colonización europea (española en este caso).
Se trata de dos textos disímiles en sus formas, pero muy próximos en la intención de sus creadores y en el tema que tratan. Uno es un soneto y el otro una décima. El soneto es composición poética culta, muy popular durante el Renacimiento, originario de Italia; la décima se le atribuye al poeta español Vicente Espinel (siglo XVI), de cuyo apellido deriva el otro nombre que se le da a esa forma estrófica: espinela. El soneto es muy popular en la lírica culta, tanto que casi todos los grandes poetas de nuestra lengua, desde el siglo XV hacia acá, alguna vez ha escrito uno o varios sonetos. Por su parte, la décima ha sido muy cultivada en la poesía popular tanto en España como en Hispanoamérica.
El soneto que aquí presentamos es de la autoría del Poeta Nacional de Cuba Nicolás Guillén (1902-1989); la décima es de nuestro bardo popular Juan Antonio Alix (1833-1918). Vamos a ocuparnos en primer lugar del soneto El abuelo; luego, en la segunda parte del análisis, comentaremos la décima El negro tras de la oreja.
II.

El abuelo, de Nicolás Guillén
Este poema trata un tema que es común a la América mulata, especialmente a la franja de las Antillas: la no aceptación de la condición de negro o mulato por parte de aquellos mismos que integran esas comunidades raciales. Hay un problema de auto-discriminación que tiene su origen en la forma en que históricamente se nos ha visto a quienes no tenemos la piel blanca ni el cabello lacio. Desde la época colonial los atributos de la raza blanca han sido los únicos aceptados como legítimos; notemos que al pelo crespo se le conoce entre nosotros como pelo malo. Es un viejo y pesado lastre del que no hemos podido desprendernos. Y de ahí nace el interés por encontrar entre nuestros ancestros algún antepasado venido de España o de otra nación europea que nos vincule al único tipo racial que proporciona la tan apetecida legitimidad frente a los demás. Es una compulsiva pretensión la de ser blanco entre los blancos para sentirnos sus iguales y blanco entre los negros para pavonearnos. A final de cuentas, es un problema de autoestima, de complejo de inferioridad; una condición persistente que ha atravesado de generación en generación hasta la sociedad actual.
Veamos lo que nos plantea Guillén en su soneto:
Esta mujer angélica de ojos septentrionales,
que vive atenta al ritmo de su sangre europea,
ignora que en lo hondo de ese ritmo golpea
un negro el parche duro de roncos atabales.
La voz poética nos habla de una mujer “angélica, de ojos septentrionales”; el adjetivo angélica, deriva de ángel, es decir, se refiere a alguien que tiene condiciones y atributos propios de los ángeles; y septentrional, adjetivo que se refiere al Norte o Septentrión. Se trata, pues, de una señora de piel blanca (¿acaso hemos visto la imagen de un ángel negro?), de ojos azules o verdes, como corresponde a las naciones del Norte (pongamos por ejemplo, las naciones nórdicas de Europa). Y para que no haya dudas se habla explícitamente de que por sus venas corre sangre europea. Es un ser que encarna el prototipo de la mujer hermosa, según los parámetros de los pueblos colonizadores. No obstante, la misma estrofa nos previene que esa hermosa dama “que vive atenta al ritmo de su sangre europea” ignora, adrede o no, que junto a esos rasgos de procedencia nórdica, hay en su sangre un ritmo de tambores africanos.
En la siguiente estrofa el yo poético reafirma los rasgos típicos de la herencia blanca en la dama en cuestión: nariz aguda, boca de líneas delgadas, piel blanca, sin asomo de negritud: “no hay cuervo que manche la geografía de nieve de su carne…”), ya sabemos que el cuervo, ave de color negro, funciona en el poema como una alusión al color oscuro. En otras palabras, el color de la piel de la dama es tan blanco como la nieve, y no hay en ella ni el más leve indicio de africanidad:
Bajo la línea escueta de su nariz aguda,
la boca, en fino trazo, traza una raya breve;
y no hay cuervo que manche la geografía de nieve
de su carne, que fulge temblorosa y desnuda.
Sin embargo, en las dos siguientes estrofas (tercetos) vuelve a surgir un elemento disociador: como algo casi imperceptible, dentro de la “sangre europea”, resaltada en la primera estrofa, aparece otra vez el antepasado negro. Veamos la forma sutil en que el poeta lo expresa:
¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas;
boga en el agua viva que allí dentro te fluye;
y ve pasando lirios, nelumbos, lotos, rosas;
que ya verás, inquieto, junto a la fresca orilla,
la dulce sombra oscura del abuelo que huye:
el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.
Aquí la voz poética invita a la dama a dirigir una mirada hacia su interioridad, a hacer una introspección, para que pueda descubrir lo que se oculta más allá de la piel y la fisonomía: la presencia del abuelo, que en su autopercepción se mantiene relegado a ese otro espacio de la memoria que es la negación de ella misma, el olvido. Entonces descubrimos que a pesar de la blancura perfecta y de las finas facciones de la señora, hay un dato no revelado al principio y que ahora sale a relucir: el pelo rizo. Es la huella imborrable de ese antepasado ignorado que dejó su marca en la sangre (en la composición genética) y en la constitución corporal. Y es, precisamente, en la cabeza, una de las partes más visibles del cuerpo, donde se conjugan dos rasgos característicos de las dos razas mezcladas: el cabello rubio de los blancos y su textura crespa o ensortijada de los negros.
III.
El negro tras de la oreja, de Juan Antonio Alix

En El negro tras de la oreja, el mismo título sugiere la idea de algo que está fuera del alcance de nuestra mirada. Vemos los objetos que están frente a nuestros ojos; si queremos mirar los que están detrás tenemos que girar el rostro, y ello responde a una intencionalidad. Si nuestra intención es no ver lo que está fuera del ángulo de nuestra vista, entonces no lo vemos. Basta con no volver el rostro. Y es lo que ocurre cuando desterramos una realidad de nuestra conciencia, la realidad está ahí, no podemos anularla, pero para nosotros es como si no existiera. Esto quizás sea una forma burda de autoengaño. Y a ello se refiere Alix cuando habla del negro que todos los dominicanos (y los antillanos) traemos cerca, pero que a muchos les cuesta reconocerlo, obsesionados con la idea de buscar antecedentes blancos en su ascendencia donde cimentar y acrecentar su mellada autoestima. De ahí que a nuestros antepasados de color los coloquemos detrás de la oreja, es decir, fuera de nuestra mirada.
El poema de Alix tiene mucha relación con el anterior de Guillén. La voz poética censura ese vano afán de negar lo que es harto evidente: que la mayoría de los antillanos somos un producto racial derivado de la combinación de dos razas: blanca y negra, con algo de aborigen. Y hay que aclarar que el color negro matiza de manera preponderante nuestra piel porque no hubo una fusión tan marcada de blancos y negros, sino que la mayoría de los apareamientos se produjeron entre los mismos negros.
Alix es un poeta del siglo XIX, fundamentalmente, ya que nació y se formó en esa centuria; sólo vivió los primeros dieciocho años del siglo XX. No sabemos la fecha en que se escribió su texto, pero hace más de cien años. Precisamente, en febrero del año 2018 se cumplió un centenario de su muerte. Y a pesar del largo tiempo transcurrido, la realidad que evidencia el poema mantiene toda su vigencia, ya que es una realidad que continúa ahí, muy lejos de ser superada.
Como hoy la preocupación
a más de una gente abruma,
emplearé mi débil pluma
para darle una lección;
pues esto en nuestra Nación
ni buen resultado deja,
eso era en la España vieja
según desde chico escucho,
pero hoy abunda mucho
“el negro tras de la oreja”.
La voz poética habla de una preocupación que mantiene a mucha gente abrumada, y que no es otra que su identidad racial. Censura esa actitud diciendo que eso aquí no da buen resultado, alegando que esa pretendida pureza racial es propia de la España de antaño, pero que no es apropiada para nuestro país, un país donde la fusión de razas ha dejado su impronta en nuestra constitución física y en el ethos que nos define.
Dice el poeta que el blanco puro no tiene esas preocupaciones, y está claro que para él ese problema identitario no existe. La inquietud surge entre quienes se saben producto de una aleación étnica, ya sea que sus huellas resulten visibles a simple vista o no. Muchos de los que se perciben a sí mismos racialmente degradados, pero con un color de piel menos oscuro manifiestan rechazo a otros de piel más oscurecida, actitud que sobresale en los encuentros sociales:
Todo aquel que es blanco fino
jamás se fija en blancura,
y el que no es de sangre pura
por ser blanco pierde el tino.
Si hay baile en algún casino
alguno siempre se queja,
pues a la blanca aconseja
que no bailen con negrillo;
teniendo aunque es amarillo
“el negro tras de la oreja".
La siguiente estrofa tiene un vínculo directo que conecta con el poema anterior, El abuelo, ya que aquí también hay un antepasado cuya referencia se omite, por la cuestión racial: en este caso es la abuela. En cambio, a la tía blanca siempre se le menciona:
El blanco que tuvo abuela
tan prieta como el carbón,
nunca de ella hace mención
aunque le peguen candela.
Y a la tía doña habichuela,
como que era blanca vieja
de mentarla nunca deja;
para dar a comprender,
que nunca puede tener
“el negro tras de la oreja”.
Aspecto formal
Lo maravilloso del arte es que puede convertir una circunstancia triste, incluso trágica, en un producto estético. La realidad tratada puede ser bastante deprimente, pero el arte sabe cómo sublimar las emociones y los impulsos que genera para convertirla en un objeto expresivo de alta calidad. Es lo que ocurre con los dos poemas que hemos comentado aquí.
Los recursos usados por Guillén son tan efectivos que nos permiten contemplar con los ojos de la imaginación los rasgos físicos de la mujer cuyo perfil describe. La acertada selección de los medios expresivos (blancura de nieve en la piel, ojos septentrionales –azules o verdes–, los atabales o tambores de los negros sonando en la sangre, y el cuervo (que alude al color oscuro), como elemento ausente en la piel de la señora… son de tal plasticidad que parece que estuviéramos allí, frente a la dama, contemplándola.
Por su parte, Juan Antonio Alix utiliza como principal recurso la repetición: cada estrofa cierra con el mismo verso: “el negro tras de la reja”. Y emplea artificios sencillos, lo cual es natural por tratarse de una composición popular. Por ejemplo, compara a la abuela negra con el carbón, llama “bizcochuelos lustrados” a ciertos mulatos que presumen de blancos. Comparación y metáfora propias de la cotidianidad, por lo que son de fácil comprensión para un lector no ilustrado.
El abuelo está compuesto por versos alejandrinos (de catorce sílabas) de rima consonante, los cuales se distribuyen en dos estrofas de cuatro versos y dos de tres, que suman catorce. El negro tras de la oreja está integrado por siete estrofas, cada una de las cuales contiene diez versos octosílabos. Su rima también es consonante.
IV.
Reflexión conclusiva: un problema crucial y permanente
Tan hondo han calado los juicios (en realidad, prejuicios) de los antiguos amos blancos que a varios siglos de finalizar el colonialismo aún seguimos tasando nuestra valía de acuerdo a unos parámetros establecidos por ellos. Por supuesto que hay una razón que lo explica: nunca se ha producido una ruptura total del pensamiento colonial. Lo que vemos es una línea de continuidad: los herederos de ese poder colonial, los criollos nacionales, también recibieron por una especie de ósmosis los prejuicios de aquellos, y los han ido pasando de generación en generación. Lo que eso indica es que aunque nos emancipamos políticamente de los viejos colonialismos existe aún una especie de colonialismo sociocultural, el cual se ejerce sobre la conciencia de los pueblos que habitan los antiguos territorios coloniales.
Ahora, con el auge de las redes sociales, notamos cómo mucha gente de piel oscura coloca en su perfil fotos alteradas para quedar más blanca de lo que son en realidad. A veces hasta a los propios amigos les cuesta identificarlos, pues siendo de color moreno se ven blancos, o poco menos, en dichas fotografías.
En nuestro imaginario social se ha acuñado una gran cantidad de frases y expresiones que develan la fisura de nuestra identidad real: “negrito come coco”; “el negro si no la hace a la entrada la hace a la salida”; “es negro, pero tiene un corazón blanco”, entre otras. Y entre parientes y amigos no falta la consabida advertencia de “No te cases con negro/a para que no dañes la raza”. Tal prescripción, a veces dicha con aparente traza de humor sano, en el fondo suele encerrar un profundo sustrato de grave admonición.
No faltan entre nosotros quienes usan cremas blanqueadoras para aclararse la piel de la cara. Entre ellos, algún artista o pelotero famoso que –acaso imitando al célebre intérprete Michael Jackson– ha logrado transformar su rostro, blanqueándolo artificiosamente. Es de destacarse el papel de los salones de belleza, establecimientos donde se realizan grandes proezas para someter a la docilidad al pelo rebelde, hasta lograr asemejarlo a los estándares europeos. Sin embargo, no podemos dejar de notar algunos indicios de cambio en una parte de la población, como es el caso de muchas mujeres dominicanas que en los últimos años han optado por llevar su cabello al natural, ensortijado, comprendiendo que es vano afán andar siempre imitando modelos de belleza foráneos; que hay un paradigma de belleza de los blancos y uno de los negros y mulatos. Es una ruptura importante, una buena señal, que augura relevantes modificaciones en nuestras concepciones psicosociales.
Ya habíamos abordado este tema de la identidad racial y sociocultural en otros trabajos y desde las perspectivas de otros poemas. Seguimos apostando a la idea de una aceptación cabal de lo que somos, dejando atrás toda intención de aparentar lo que queremos o pretendemos ser. Cualquier forma de discriminación es inaceptable, pero es más detestable cuando proviene de nosotros mismos. Lo importante no es pretender ser lo que son otros; lo relevante es asumirnos tal como somos, con lo mejor y lo peor que nos define. A los dominicanos y a los afro-latinoamericanos nos urge hacer el tránsito desde una conciencia enajenada hacia una conciencia conquistada. Y desde esa conciencia emancipada convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.
Bibliografía
Fanon, Frantz (2009). Piel negra, máscaras blancas. Madrid: Ediciones Akal, S.A.
Guillén, Nicolás (1979). Nueva antología. México: Editores Mexicanos Unidos, S.A
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