El que la oposición parlamentaria previniera que Reino Unido se sumara a una acción militar de EE.UU. contra Siria es un momento definitorio para la política exterior británica.

La movida plantea preguntas sobre el futuro de la alianza entre Londres y Washington y sobre la capacidad del primer ministro británico de conducir una guerra sin una mayoría en la Cámara de los Comunes.

La verdad es que ha habido antes momentos en los que un gobierno británico ha declinado participar en una campaña dirigida por los estadounidenses.

Quizá los más emblemáticos hayan sido cuando el primer ministro Harold Wilson decidió no comprometer tropas en Vietnam o cuando John Major dio muchos rodeos para intervenir en Somalia en 1992.

En esas ocasiones hubo diferentes puntos de vista entre varios departamentos del gobierno y miembros del gabinete. Recuerdo, por ejemplo, que el Ministerio de Defensa era hostil a la idea de enviar tropas a Somalia, mientras que la Cancillería lo veía con mejores ojos.

Al final, tanto Wilson como Major tomaron decisiones políticas luego de escuchar los puntos de vista de varios expertos.

Sin daño permanente

Sin embargo, la decisión tomada por Wilson fue vista en su momento por algunos como un retroceso en las relaciones británico-estadounidenses, no hubo un daño permanente y ambos países volvieron a unir fuerzas para destruir a sus enemigos.

Cartel contra la guerra en Siria con el Big Ben de fondo

Washington perdió su aliado más confiable.

Hoy la situación es distinta porque pareciera que el primer ministro David Cameron no es capaz de aportar apoyo militar a EE.UU. a pesar de su insistencia de que los dos países deben permanecer juntos y que hay que detener al presidente Bashar al Asad antes de que use nuevamente armas químicas.

Desde el punto de vista del presidente estadounidense Barack Obama, esto puede transformar a Reino Unido de ser su aliado más seguro a un factor problemático justo cuando trata de vender al Congreso y a su ciudadanía la idea de que EE.UU. debe actuar.

La incapacidad de Cameron de asegurar el respaldo británico refleja un fracaso en convencer a la gente -tanto expertos como ciudadanos de a pie- de que una acción contra Siria está en concordancia con el interés nacional.

Algo que resulta particularmente irónico si recordamos sus expresiones electorales en 2010 asegurando que los gobiernos en Reino Unido a veces estaban demasiado dispuestos a apoyar a EE.UU. sin las debidas consideraciones sobre los beneficios para el país.

En los últimos dos años he encontrado cierta unanimidad en mis contactos entre los militares, la Cancillería y los servicios de inteligencia a lo negativo que puede ser una intervención directa en Siria, y destacan las complicaciones prácticas que impedirían que una acción de ese tipo tuviera un resultado favorable.

El miércoles, un militar de alto rango me describió como "infantil" los límites propuestos a los bombardeos y ataques misilísticos, sugiriendo que serían muy pequeños para tener algún efecto sobre el gobierno sirio y en cambio podrían generar todo tipo de consecuencias imprevistas.

El mensaje era háganlo "apropiadamente", con amplio apoyo a la oposición siria por un prolongado período de tiempo, o no lo hagan. Y partía del entendido de que no había un deseo para comprometerse de esa manera en EE.UU. o Reino Unido.

Prerrogativa real

A pesar de la determinación de Downing Street (la oficina del primer ministro) y de las terribles imágenes sobre sufrimiento humano salidas de aquel país, ni los funcionarios profesionales del gobierno, ni el público británico se han sentido inclinados a involucrarse más en la crisis siria.

manifestantes contra le guerra en Siria en Londres

Tras Irak y Afganistán, la opinión pública británica está harta de las guerras.

Así que mientras Wilson y Major reconocieron que el consejo experto o la opinión pública eran útiles para rechazar un papel en alguna guerra dirigida por EE.UU., Cameron trató de ir contra la corriente y quedó como desconectado.

Los peligros, en términos de cómo la Casa Blanca ve la falla de Reino Unido en aportar apoyos, son significativos.

En Washington ya muchos se refieren amargamente a la imposibilidad de Reino Unido de "mantener el curso" en el sur de Irak o de haber obtenido un resultado más positivo allí.

Ha habido momentos en los que un primer ministro británico ha lanzado operaciones militares pese a la hostilidad pública o las divisiones internas, haciendo lo que creyera necesario para mantener las relaciones con Washington o un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Ha sido una realidad política, pero también un asunto constitucional, lo que Downing Street considera la "Prerrogativa Real", la capacidad de ir a la guerra sin el voto parlamentario.

Con el exprimer ministro Tony Blair eso se hizo cada vez más difícil de mantener y él reconoció la importancia de lograr el voto de la Cámara de los Comunes a favor de la acción militar en Irak.

Ahora pareciera que la capacidad del gobierno británico de comprometerse con una medida de fuerza sin un apoyo parlamentario amplio ha desaparecido, salvo para emergencias mayores.

Dado el hastío ante la guerra y el antiamericanismo de buena parte del pueblo británico, eso tiene importantes implicaciones en el futuro de las relaciones entre Reino Unido y EE.UU.