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Mientras algunas áreas de la zona de exclusión han sido reabiertas, la mayor parte se mantiene desalojada.

La zona de exclusión alrededor de la planta nuclear de Fukushima tiene una belleza extraña. La pequeña ciudad de Okuma, a solo dos kilómetros de la central nuclear, no parece real a mis ojos, tan condicionados por el ajetreo de la vida urbana.

Hay casas y tiendas, automóviles estacionados de una manera muy organizada en las calzadas y la luz anaranjada intermitente de un semáforo se puede ver a la distancia.

Pero, aparte de mí, no hay otra persona a la vista. Si esperas lo suficiente, podrás ver un tanuqui (o perro mapache) que deambula por la calle y a un grupo de monos que se pasea tranquilamente a lo largo de un río cercano.

Reviso el dispositivo que traje para monitorear la radiación. Está midiendo 3 microsieverts por hora, no lo suficiente como para preocuparme por esta breve visita.

Sin embargo, es diez veces superior a lo que el gobierno de Japón ha declarado como "seguro" para que la gente pueda regresar.

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Un trabajador pasa por el reactor 1 de la planta nuclear de Fukushima en Okuma, en la prefectura de Fukushima.

Debido a eso, en el futuro inmediato, este lugar no es habitable.

Eso significa que la gente que una vez vivió aquí son exiliados permanentes.

Permiso para regresar

Piensa en eso por un minuto. Piensa en el pueblo o en la ciudad en la que creciste, el lugar donde quizás tu familia vivió por varias generaciones. Ahora imagina que nunca se te va a permitir regresar.

Esa es la realidad que enfrenta la familia Shiga. Ellos proceden de un pequeño poblado llamado Obori, a pocos kilómetros al norte de Okuma.

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Los habitantes de Okuna dejaron detrás de sí recuerdos y pertenencias.

Esa localidad se asienta en un pequeño pero encantador valle custodiado por montañas cubiertas de pinos.

El poblado llegó a ser famoso por sus hermosas cerámicas. Casi todas las casas tienen un taller de cerámica.

El señor Shiga es descendiente de 16 generaciones de maestros de la cerámica.

Antes de regresar aquí conmigo, Shiga tuvo que pedir un permiso especial.

Hogar

Puede estar acá un máximo de cinco horas y se le pidió usar, todo el tiempo, un uniforme blanco especial, conocido como "Tyvek", así como una máscara. En su mano, lleva un espectrómetro de radiación grande.

Para entender cuán molesto se encuentra Shiga tienes que ignorar su sonrisa educada y escuchar el dolor en su voz

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Es un cliché decir que a los japoneses les cuesta expresar sus emociones. Con frecuencia es cierto. Para entender cuán molesto se encuentra Shiga tienes que ignorar su sonrisa educada y escuchar el dolor en su voz.

"Espero que mis ancestros me perdonen por haberme ido", dice. "No es mi culpa que no pueda regresar. Nos robaron este lugar. Yo quiero regresar, tengo un profundo apego por mi casa, pero admitir eso me genera un gran dolor. Por eso, intento no pensar en eso".

Pero quizás a Shiga se le debería permitir regresar a su casa, si así lo quiere. Por supuesto que no sería nada fácil. Su casa en estos momentos es un desastre. Los jabalíes salvajes han entrado y han hecho de las suyas.

Espero que mis ancestros me perdonen por haberme ido

Shiga

El techo tiene goteras y el daño causado por el agua significa que la casa probablemente necesitará una reconstrucción.

No hay electricidad o suministro de agua y las calles todavía están afectadas por el impacto del terremoto de 2011.

Pero todo eso se puede arreglar, el principal problema es la radiación.

Niveles

Se trata de un asunto bastante emotivo. Existe un tremendo desacuerdo incluso en la comunidad científica sobre cuánta radiación en "segura".

Pero hay algunos científicos que están haciendo un llamado para que haya una discusión más "racional" sobre los peligros.

Uno de ellos es la profesora Geraldine Thomas del Imperial College, de Londres.

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Un empleado es sometido a revisiones tras trabajar en la zona donde queda la planta nuclear de Fukushima.

Thomas es una de las investigadoras líderes en el campo de los efectos de la radiación en el cuerpo humano. Visita Japón varias veces al año para hacerle recomendaciones al gobierno.

La académica se ha convertido en una apasionada defensora del derecho de las personas que vivían alrededor de la planta de Fukushima de regresar a sus viviendas.

Al caminar conmigo por las calles de Okuma, la profesora asegura que el traje de seguridad y la máscara proporcionados por el gobierno son innecesarios.

"La gente se tiene que sentir segura de regresar", señala. "Muchos ya no querrán regresar porque están haciendo sus vidas en otras partes. Pero en términos de radiación, la cantidad que estamos recibiendo es muy pequeña y si estuvieras dentro de un edificio, estarías expuesto a una cantidad incluso menor que en un lugar al aire libre".

Así que le pregunté si los medios de comunicación internacionales han dado esta noticia de la forma equivocada.

"En mi opinión, sí", indica. "La radiación no ha sido el desastre. Es nuestra respuesta a la radiación, el temor que hemos proyectado, el decir que esto es realmente peligroso. No es peligroso y hay muchos lugares en el mundo donde vivirías con radioactividad natural de, al menos, este nivel".

Los hechos

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Más de 18.000 personas murieron o desaparecieron tras el tsunami de 2011.

Al escribir estas palabras, puedo oír los gritos de indignación, que algunos tilden a la profesora Thomas de ser un "caso aparte" y que resalten que otros eminentes científicos están en desacuerdo con ella. Pero vamos a analizar los hechos por un momento.

En recientes visitas a las ciudades de Okuma y Namie dentro de la zona de exclusión, he medido una "dosis recibida" de alrededor 3 microsieverts de radiación por hora. Esa cifra corresponde a las áreas que están fuera de los límites y en las que no se ha hecho ningún tipo de trabajo de descontaminación.

Si me fuese a quedar aquí, al aire libre, por 12 horas diarias todos los días del año, recibiría una dosis anual extra de radiación de alrededor 13 milisieverts.

Eso no es insignificante, pero está muy por debajo de lo que la información indica que es peligroso para la salud a largo plazo.

En la mayoría de los países, a los trabajadores de la industria nuclear se les permite recibir hasta 20 milisieverts al año. Hay lugares como Cornwall, en Reino Unido, donde los niveles de radioactividad natural pueden alcanzar los 8 milisieverts al año.

La tasa de radioactividad natural más alta del mundo se encontró en la ciudad de Ramsar, en Irán, la cual reporta la impresionante cifra de 250 milisieverts al año.

Evidentemente este es un tema extremadamente complejo y muchos argumentarán que estoy ignorando los peligros de los "puntos calientes" y de la ingesta de partículas cesio, presentes en los alimentos, el agua o el polvo. Pero cinco años después de la crisis en Fukushima, 100.000 personas aún no pueden regresar a sus hogares.

Esa es una gran tragedia humana.

Si, como la profesora Thomas asegura, la ciencia demuestra que los peligros de la radiación han sido exagerados, es posible que la tragedia humana se ha hecho más grave de lo que realmente debía haber sido.