Los efectos narcotizadores del boom de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación aún provocan estragos en las mentes de opinantes que teorizan desde la superficie y algunos hasta son decisores en empresas mediáticas.

El desdibujamiento del Periodismo, en parte, es resultado de esa borrachera eterna.

Los apasionados de las nuevas TIC, tecnofílicos al fin, superponen estas herramientas al humano. Las humanizan mientras cosifican a las personas. Hasta afirman que nuestros ancestros carecían de tecnologías, porque –entienden- eran mentalmente atrasados.

Por si fuera poco, especulan que ellas, per se, representan la estocada mortal al Periodismo, porque, automáticamente, habilitan como profesional en esa compleja disciplina a cualquier mortal con acceso a las redes sociales (RRSS).

No es fortuito que cualquier Social Media o manejador de Website, en un medio o área de comunicación de una institución o empresa, se sienta en la potestad de pontificar sobre la disciplina y alterar historias hechas por un profesional.

Primero, es un mito que las tecnologías de la información y la comunicación solo existen a partir de estos tiempos posmodernos. El humano desde siempre ha creado las tecnologías necesarias para comunicarse, y estas han cumplido su rol en cada momento de la historia.

Si fuese como esgrimen los aventureros de las TIC, entonces, ¿Qué eran, para nuestros taínos, la danza, el gesto, el arte rupestre, el humo, el caracol, los instrumentos de percusión, la simbología de los collares, tatuajes, ritos mágicos-religiosos, amuletos, coronas del cacique? ¿Atrasados en ese contexto? ¿No había allí semiotización?

Segundo, en su afán de montarse sobre la ola del endiosamiento de la red mundial Internet, pasan por alto que es el humano quien la ha creado para responder a la complejísima sociedad de hoy, gigante, distante, dispersa, masificada y desmasificada a la vez, con necesidad imprescindible de interconexión.

El hombre ha construido las tecnologías; por tanto, las determina, como determina los contenidos que circulan por ellas. Ellas no piensan por él, no pueden; él piensa por ellas. Y las manipula para su provecho.

Y tercero, el mero acceder a las RRSS y reportar un fragmento sobre un hecho acontecido, sin apego al rigor de la metodología de gestión de la información, sin respeto a la ética, no categoriza al usuario como periodista.

Como no categoriza de periodista a una persona por opinar en un medio; ni médico por colocar una curita a una herida o un torniquete en un brazo; mucho menos, cardiólogo por aconsejar una aspirina a un amigo.

Tampoco, se es ingeniero por pegar blocks en una construcción; ni arquitecto por esbozar la casita del deseo.

El hiperespacio es una gran plataforma que sirve de soporte a nuestro arte-profesión, como el quirófano al cirujano, el tomógrafo axial computarizado al neurólogo y al neurocirujano; el mamógrafo al oncólogo; el sonógrafo al gineco-obstetra, los rayos x a los ortopedas, el tránsito al agrimensor, el arado, el machete y la azada al agricultor.

El ciberespacio, con su caudal de aplicaciones y motores de búsqueda, constituye una rica plataforma. Ciertísimo. Pero no es el periodismo ni gradúa a los cibernautas de periodistas. Sirve mucho al trabajo periodístico, en tanto ayuda a agilizar el proceso.

El sobredimensionamiento del lugar de las TIC en el periodismo es una aberración que no solo relaja la profesión, sino que resulta socialmente muy dañina. Porque orilla la calidad de los contenidos para priorizar la posverdad, el amarillismo. Y abre de par en par las compuertas a la banalidad enajenante con el objetivo pernicioso de colonizar la mente colectiva; por tanto, sustrae a la ciudadanía el derecho a ser informada a tiempo, con veracidad.

En pocas palabras, mata la conciencia crítica para usar a los públicos como objetos. Y eso es una perversidad.

Quienes mitifican las TIC y preconizan la muerte del Periodismo, no son periodistas, ni lo serán, aun cuando ejerzan.

Ellos están desprovistos del talento, la vocación, la pasión y la ética que esta profesión requiere. Solo viven de los medios porque, viéndose desamparados de futuro económico, han descubierto en ellos una fuente inagotable de enriquecimiento y unos públicos enajenados, formateados para no castigar a sus verdugos ni siquiera con el pensamiento.

El nacimiento del matutino estándar El Siglo, el 3 de abril de 1989, representó el rompe-aguas entre la redacción análoga y la digitalizada. Fue fundado con la más alta tecnología del mercado.

La información hacía su recorrido electrónico desde el inicio hasta el final. Computadoras por todas partes: en la redacción central, secciones, corrección, oficinas administrativas. La maquinilla no estaba ni cerca.

En cuanto a fotografía, igual. Un sistema moderno de edición mandaba al “museo”  el cuarto oscuro con la platina de químicos para revelados.

La mejor rotativa con papel de primera (no embarraba) imprimía varios productos al mismo tiempo, a alta velocidad. Los colores eran definidos, brillantes, impactantes.

La revolución tecnológica asombraba a todos.

Pero el primer director del rotativo, Bienvenido Álvarez Vega (1989-1997), nunca confundió los contenidos con las tecnologías de última generación instaladas. Articuló una estructura de periodistas y personal de apoyo de primer nivel, y produjo la mejor oferta informativa de la época (Reportajes, crónicas, análisis, noticias, opiniones, literatura).

El impacto de ese medio del Banco del Comercio Dominicano generó una ola de modernización en la competencia que dura hasta hoy, pero con un gran déficit: baja apreciación de los periodistas, baja calidad de los contenidos.