A la medianoche de este jueves finalizó la atípica campaña electoral en tiempo de pandemia. Los candidatos presidenciales, y los que aspiran a posiciones en el Senado y en la Cámara de Diputados, cesaron sus esfuerzos de promoción por todos los medios posibles, para conseguir la aprobación y el voto de los ciudadanos.

Cada candidato ha tenido la oportunidad de transmitir sus mensajes. Algunos con más recursos, con más tiempo y con más ideas y propuestas que otros. Esta ha sido una campaña electoral muy desigual, y lamentablemente no hemos sentido la presencia de la Procuraduría Especializada para los delitos electorales. La famosa y siempre reconocida y apreciada Gisela Cueto, sobre la que hubo consenso de los partidos para seleccionarla, no ha podido hacer nada para conseguir equidad, para perseguir todos los delitos que se han cometido, que han sido muchos, y equilibrar un poco el desbalance entre candidatos opulentos y candidatos famélicos.

Admitamos que esa ausencia del Ministerio Público ha sido una de las grandes debilidades, sobre todo porque los delitos que se han cometido se han publicado inmediatamente, han sido públicos, de amplia divulgación, y Gisela Cueto se ha comportado como una autoridad invisible, sin posibilidad de intervenir, sin confianza ni recursos para ejercer su labor. Al finalizar esta campaña, muy a su favor, tenemos que decir que la magistrada Cueto no debió aceptar el cargo que le fue encomendado, porque ha deslucido su brillante carrera como miembro del Ministerio Público.

La intervención del presidente de la República, de los ministros, de los directores generales, de los asesores y otros funcionarios designados, casi siempre a favor de los candidatos oficialistas, ha sido también un lastre en esta campaña electoral, que ha deslucido la apertura democrática y el sentido de justicia de las autoridades electorales, que también han sido testigos mudos de las violaciones de las leyes electorales.

Concluida la campaña, tenemos que admitir que las redes sociales se convirtieron en un estercolero de mensajes bajos, mendaces, rastreros, falsos, retorcidos y vulgares contra personas y candidatos. Los organismos estatales han sido colocados al servicio de la campaña más sucia que en mucho tiempo hemos tenido, y que podría decirse que solo es comparable con la campaña sucia que se realizó contra el doctor José Francisco Peña Gómez en las elecciones presidenciales de 1996, y en las que los líderes Joaquín Balaguer, entonces presidente, y Juan Bosch, cabeza del Partido de la Liberación Dominicana, fueron protagonistas del frente patriótico para impedir el acceso al poder del mayor líder popular de la historia de la República Dominicana.

La democracia dominicana, sin embargo, camina y desbroza escarpadas montañas y difíciles caminos. La gente ha aprendido que no es rentable vender su voto o alquilar su cédula, y que al hacerlo rentan su propio futuro. La mejor elección des la que se realiza con libertad y con un ejercicio pleno de derechos.

Aspiramos a una elección sin mayores dificultades el próximo domingo. Y que la violencia se mantenga ausente, como ha ocurrido en la campaña electoral, y que los militares mantengan su imparcialidad, su lejanía de los asuntos electorales y políticos, y que sea la Policía Militar Electoral la que conduzca los asuntos de seguridad en los días que restan al 5 de julio, incluyendo ese día, para que nos evitemos males mayores.

El presidente Danilo Medina es un demócrata convencido y estamos seguros que no permitirá exabruptos ni desaguisados que puedan distorsionar su talento democrático y equitativo. Todo el mundo sabe dónde están sus simpatías, pero él es el garante de la democracia, y tiene la responsabilidad de entregar el poder al que el pueblo elija, y no a quien Danilo Medina desea. Así funciona la democracia, y así debe ocurrir.